Trabajar hasta los 67 años
Yo no soy economista; ni siquiera se me dan bien los números. Todo el que me conoce lo sabe... y alguno que no me conoce lo ha padecido. Pero no debo de ser el único, porque retrasar la edad de jubilación a los 67 años no cuadra. Sencillamente, no sale la ecuación.
El Gobierno de España vuelve a dar uno de sus bandazos, esos a los que nos tiene tan acostumbrados desde que por fin admitiera que el tumor de las crisis nos había alcanzado y ni un sólo sector de la economía se salvaba de su metástasis. No tiene sentido asegurar por un lado que el sistema de la Seguridad Social goza de buena salud y luego retrasar la edad de jubilación.
A todas luces parece una medida tremendamente impopular, improvisada y carente de sentido. Es cierto que vamos llegando a ese punto de inflexión crítico en el que confluyen dos hechos: la jubilación del baby-boom de mitad de los cincuenta y primeros de los setenta y, por otro, la caída de la natalidad entre la década de los ochenta y de los noventa. Pero eso no nos ha pillado de improviso, eso se ve venir y hay que ir preparando el terreno, el mercado laboral, vaya.
Quizás es hora de meterle mano por fin al alud de prejubilaciones a los 50 años que dejan en la estacada a profesionales como la copa de un pino. Quizás es hora de no promulgar la ley de inmigración más estricta de Europa y sí de favorecer las condiciones para la integración laboral -y justa, sin explotación- de la comunidad inmigrante. Quizás es la hora de eliminar los contratos temporales basura, atajar la economía sumergida y meter mano en las listas del paro para suprimir -y castigar- los fraudes.
La medida no es definitiva... pero casi. De hecho, el estratega José Blanco ha debido de pensar, erróneamente, que haber jugado antes con la edad de 70 años y ahora rebajarla a los 67 nos aliviaría. En absoluto: lo que para ellos es una medida para salvaguardar el Estado de Bienestar, para muchos será lo contrario, no sólo lo destruirá sino que, además, será una hondanada directa en la línea de flotación de una penosa gestión de la crisis.
El Gobierno de España vuelve a dar uno de sus bandazos, esos a los que nos tiene tan acostumbrados desde que por fin admitiera que el tumor de las crisis nos había alcanzado y ni un sólo sector de la economía se salvaba de su metástasis. No tiene sentido asegurar por un lado que el sistema de la Seguridad Social goza de buena salud y luego retrasar la edad de jubilación.
A todas luces parece una medida tremendamente impopular, improvisada y carente de sentido. Es cierto que vamos llegando a ese punto de inflexión crítico en el que confluyen dos hechos: la jubilación del baby-boom de mitad de los cincuenta y primeros de los setenta y, por otro, la caída de la natalidad entre la década de los ochenta y de los noventa. Pero eso no nos ha pillado de improviso, eso se ve venir y hay que ir preparando el terreno, el mercado laboral, vaya.
Quizás es hora de meterle mano por fin al alud de prejubilaciones a los 50 años que dejan en la estacada a profesionales como la copa de un pino. Quizás es hora de no promulgar la ley de inmigración más estricta de Europa y sí de favorecer las condiciones para la integración laboral -y justa, sin explotación- de la comunidad inmigrante. Quizás es la hora de eliminar los contratos temporales basura, atajar la economía sumergida y meter mano en las listas del paro para suprimir -y castigar- los fraudes.
La medida no es definitiva... pero casi. De hecho, el estratega José Blanco ha debido de pensar, erróneamente, que haber jugado antes con la edad de 70 años y ahora rebajarla a los 67 nos aliviaría. En absoluto: lo que para ellos es una medida para salvaguardar el Estado de Bienestar, para muchos será lo contrario, no sólo lo destruirá sino que, además, será una hondanada directa en la línea de flotación de una penosa gestión de la crisis.
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