Terremotos japoneses en África

El ser humano apesta. No descubro nada nuevo, pero hoy le pondré cifras. Estos días el mundo entero está consternado por la catástrofe del terremoto en Japón. Los últimos datos hablan de 3.676 los muertos y 7.558 los desaparecidos, esto es, más de 11.200 víctimas. Una auténtica pena y en verdad que no faltan motivos para llevarse las manos a la cabeza. Precisamente por eso -al margen del pánico nuclear-, la Comunidad Internacional se ha volcado, la ayuda humanitaria se ha disparado y la sociedad, ese término tan impersonal que reúne a personas como usted, como yo, ha llorado a los muertos.

Mientras, en África, mueren 24 niños cada hora por diarrea. 576 niños al día. Cada 20 días, tenemos un terremoto japonés en África, con la diferencia de que se conoce la causa, se pueden predecir los efectos, se puede prevenir. No se trata de una fenómeno inesperado. Las últimas cifras hablan de 500.000 niños muertos al año por diarrea en todo el mundo, aunque hay estadísticas que escalan hasta los 1,5 millones -más que por sida, malaria y sarampión juntos-. Con estas cifras, parece evidente que la ayuda que se destina a atajar esta situación es absolutamente insuficiente. Pero es una realidad asumida. Nadie se consterna. Ni la Comunidad Internacional, ni la ayuda humanitaria, ni la sociedad... ni usted, ni yo.

Pero Japón es diferente. El terremoto ha quebrado de golpe otra realidad asumida: la de la tercera economía del mundo, que se tambalea, que se derrumba. Antes incluso de conocer los datos de víctimas, el mundo entero se sobrecogió sólo al ver los daños materiales. Esa ruptura de la realidad asumida nos sacude mientras que, situaciones como la descrita en África, se asumen... se olvidan. Deberíamos estar sobrecogidos todos los días de nuestras vidas, a todas horas.
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Acaba de morir otro niño por diarrea en África.
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