Drones: la guerra móvil por control remoto


“El primer ataque de un drone que recuerdo ocurrió un 17 de junio de 2004, a las once menos cuarto de la noche. El misil impactó en la casa de mi amigo Rehmat Zuman y su hermano mayor Fakher. Murieron los dos. Entonces, estábamos en séptimo curso”. Son palabras de Ali Salman, un joven paquistaní de la región norteña de Waziristan, una de las más castigadas por los bombardeos de los aviones no tripulados de Estados Unidos (EEUU).

Aunque los recuerdos de Salman se remontan a 2004, los ataques de este tipo de aeronaves no tripuladas (UAV por sus siglas en inglés), conocidas popularmente como drones, arrancaron un 3 de noviembre de 2002 en Yemen. Aquel día, desde las instalaciones del desierto de Nevada (EEUU) un piloto norteamericano pulsó el botón de su consola de mando y a miles de kilómetros de distancia el misil de un drone Predator impactaba de lleno en un automóvil. En él viajaba Quan Senyan Al-Harithi, conocido como Abu Ali, uno de los líderes de Al Qaeda, sospechoso del ataque contra el destructor estadounidense USS Cole en pleno puerto de Adén mientras repostaba (12 de octubre de 2000).

Técnico revisando las cámaras de un drone (Air Force USA)
Entre ese ataque al destructor y el asesinato de Al-Harithi, los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, que marcaron el inicio de la Guerra contra el Terror emprendida por George Bush en su cruzada contra el terrorismo islámico y Al Qaeda. Tras aquella primera operación encubierta en Yemen, todo cuanto ha rodeado a los operativos de drones en regiones en las que no hay un conflicto bélico declarado ha sido ultra secreto, hasta el punto de que las operaciones son coordinadas directamente por la CIA y la Casa Blanca sin informar de ello, ni siquiera, al Congreso de EEUU.

En este sentido, se da por seguro que el asesinato del supuesto autor intelectual del ataque contra el USS Cole corrió a cargo de la Task Force 20, cuyo código en clave era Zorro Gris (Grey Fox), una unidad encubierta seleccionada especialmente de la Delta Force y en cuya hoja de servicios destacan sus operaciones encubiertas en las guerra y postguerra de Irak a partir de 2003.

La utilización original de los drones, en realidad, se limitaba a misiones de vigilancia y reconocimiento. De hecho, antes incluso del 11-S la CIA ya había sobrevolado supuestos campamentos de entrenamiento de Bin Laden en Afganistán; incluso, es posible remontarse hasta la guerra de Vietnam (1964-75) y, posteriormente, la guerra del Golfo (1991) para ver algunas experiencias con este tipo de aeronaves. Dotados de múltiples cámaras repartidas por todo el avión, incluidas las de infrarrojos y visión nocturna, el piloto recibe una panorámica perfecta a vista de pájaro.

Su tecnología punta permite desde escuchar conversaciones de teléfonos móviles localizando al emisor sobre el terreno entre la multitud –y reconociéndolo con tecnología facial-, a averiguar si algún arma ha sido disparada recientemente gracias a los sensores térmicos que incorpora. La carga de imágenes e información recogida por estos drones es tal que en los últimos años las Fuerzas Armadas estadounidenses se han visto obligadas a multiplicar por cinco el personal de Inteligencia para poder analizarla.

Sin embargo, su uso no tardó en pasar de vuelos de reconocimiento a misiones de ataque. A fin de cuentas y desde un punto de vista táctico, el uso de drones es impecable pues permite incursiones remotas sin arriesgar vidas humanas de soldados, que controlan las aeronaves con un sofisticado radar que permite pilotar en condiciones de muy baja visibilidad por humo, niebla o calima, hasta capaz de traducir en imágenes detalladas lo que se oculta tras las nubes.

A ello se suma, además, la precisión quirúrgica de los ataques siempre y cuando –y aquí residen muchos de los errores- la Inteligencia sea acertada. Así lo permiten, por ejemplo, tecnologías como GhostLink, capaz de hacer seguimientos individualizados de diferentes vehículos, pudiendo transmitir en tiempo real y con alta resolución las imágenes a unidades sobre el terreno. El poder destructor de estos aviones es extraordinario, no solo por su potencia de fuego –sus misiles Hellfire están diseñados para destruir tanques blindados-, sino porque en muchos casos se dispara contra casas de adobe.

Los soldados arman el avión no tripulado con misiles (Air Force USA)
Así pues, atacar sin exponer soldados, a una altitud de 50.000 pies y velocidades de más de 360 km/h, ha terminado convirtiéndose en la piedra de toque de quienes se postulan a favor de este tipo de aeronaves, cuyo crecimiento en las Fuerzas Aéreas de EEUU ha sido exponencial. Si en 2005 el 5% de las aeronaves del departamento de Defensa de EEUU eran drones, ahora supera el 60% y el número de pilotos entrenados para controlarlos ya es mayor que los de aviones convencionales.

La fabricación de los primeros modelos de UAV, conocidos como Predator, ha sido durante mucho tiempo patrimonio exclusivo de la compañía General Atomics, cuyas cuentas nunca se han hecho públicas. Algunas fuentes apuntan a que el gasto de Defensa de EEUU en todo cuanto gira alrededor de los drones ronda los 3.000 millones de dólares anuales. El sucesor de este modelo, más grande y rápido, vendría de la mano del Reaper y juntos son los que acaparan la mayor parte de las operaciones norteamericanas, si bien es cierto que en los últimos tiempos ha entrado en juego la empresa AeroVironment que fabrica el modelo Switchblade, también conocido como el ‘drone kamikaze’, porque se ha concebido para volar entre las filas enemigas y, entonces, ser detonado.

Bush, más amigo de las torturas
Los ocho años de Administración Bush culminaron con 52 ataques de aviones no tripulados, todos ellos en Pakistán. Se estima que pudieron producirse cerca de 300 heridos y que de los entre 416 y 599 muertos, hasta 292 podrían haber sido civiles, de los cuales los informes reunidos por The Bureau of Investigative Journalism (TBIJ), hablan de hasta 123 niños muertos.

Dos de estos niños asesinados fueron los amigos de Salman, todavía con el recuerdo fresco cuando relata cómo se sucedieron los acontecimientos aquella noche: “Acababa de terminar mis deberes y estaba a punto de irme a la cama cuando vi una especie de relámpago y entonces escuché el aterrador sonido del ataque”. El joven, que ahora estudia en la Universidad Islámica de Islamabad, narra cómo “salí corriendo hacia el lugar, pero no sabía qué era lo que había sucedido exactamente. Comenzó a llegar mucha gente preguntando qué había pasado”.

Confusión. Miedo. Niños y mujeres llorando y, entonces, los rumores. “Hay talibanes por aquí”, se decían unos a otros, según cuenta Salman, que momentos después descubriría que cinco de las personas que se encontraban en aquella casa habían muerto en el acto por la explosión. “Una pérdida irreparable”, se lamenta, “Rehmat era mi mejor amigo”.

¿Por qué dispararon contra aquella familia? “Al parecer, daban cobijo al comandante Naik Muhammad”, que según la Inteligencia estadounidense estaba detrás del asesinato del general Musharraf.

Ataques de Bush (rojo ) y Obama (azul) en Pakistán (New America Foundation)

Bush no hizo un uso intensivo de los bombardeos con aviones no tripulados. Fue más partidario de localizar y detener a líderes de Al Qaeda mediante fuerzas especiales como la Grey Fox, para después torturarlos y tratar de alcanzar a la cúpula de la organización, liderada entonces por el aún vivo Osama Bin Laden. De hecho, en 2003 y tan sólo en dos meses la Task Force 20 fue capaz de capturar a 32 de los 55 iraquíes más buscados.

Con la llegada de Barack Obama a la Casablanca en 2008 y, sobre todo, tras el escándalo de WikiLeaks y las revelaciones de cómo EEUU permitió torturas sistemáticas y encubrió incluso asesinatos, la táctica cambió por completo. Algunos expertos, como la profesora de Derecho de Notre Dame, Mary Ellen O’Connell comparan las autorizaciones de ataques de UAV por parte de Obama con las torturas aprobadas por Bush, en ambos casos ejecutados por la CIA.

Otras voces, como las de John Yoo, abogado de la Administración Bush y autor de los memorandos de tortura, ha llegado a declarar The Wall Street Journal recientemente que los ataques con drones “violan las libertades personales mucho más de lo que nunca lo hicieron las torturas con ahogamiento a líderes de Al Qaeda”.

Yoo imparte actualmente Derecho en la universidad californiana de Berkeley, y tacha de violación de Derechos Humanos los asesinatos selectivos llevados a cabo con aviones no tripulados. Surge así un agrío debate en EEUU sobre qué es mejor, si las torturas encubiertas que llevó a cabo Bush o los ataques secretos de drones a cargo de Obama. En realidad, las órdenes secretas tanto del republicano como del demócrata, los denominados memorandos, guardan muchas similitudes: ambos están redactados con un lenguaje jurídico resbaladizo y, en los dos casos, han sido deliberadamente ocultados a la opinión pública e, incluso, al Congreso y Senado.



La diferencia entre ambos estriba en que mientras que Bush trató de ocultar las torturas y los interrogatorios abusivos tras los muros de Guantánamo y las cárceles secretas, incluso cuando éstos se filtraron, Obama ha pretendido dar una pátina de legalidad a estas operaciones clasificadas. A fin de cuentas, la tortura es ilegal según el Derecho Internacional, incluso, en estado de guerra, mientras que los bombardeos no. Haría falta determinar, pues, qué es y qué no es un escenario de guerra válido para legitimar este tipo de operaciones.

La sangrienta era Obama
La llegada de Obama no sólo trajo consigo una intensificación sin precedentes de las operaciones encubiertas de drones sino, además, un cambio de objetivo: si con Bush el 25% de los objetivos eran miembros de Al Qaeda frente al 40% de talibanes, con Obama la cifra de objetivos de la organización terrorista se ha visto reducida al 8%, incrementándose los talibanes hasta el 50%. Sólo en Pakistán y en los 5 años de mandato que lleva, el Premio Nobel de la Paz habría dado orden de realizar hasta 7 veces más ataques de los que aprobó Bush: de los 364 ataques en suelo paquistaní desde 2004, 312 corresponden a la era Obama. En total, estimaciones de más de 3.500 muertos, de los que la cifra de bajas civiles se mueve entre los 411 y los 844 muertos según TBIJ, 197 de ellos niños.

Castigar la frontera con Afganistán como lo ha hecho Obama en los últimos años con masivos bombardeos de aviones no tripulados no habría sido posible de ningún otro modo. Pakistán absorbe la mayor parte de estos ataques, pero no son los únicos. Los bombardeos estadounidenses en Yemen desde 2002 podrían haber acabado con la vida de casi 700 civiles y en Somalia, desde 2007, más de medio centenar.

Tanto el número de ataques, como de víctimas y localizaciones son estimaciones contrastadas hasta donde permite la propia orografía del terreno, puesto que por parte de la Administración de EEUU todo cuanto incumbe a estas operaciones es material clasificado. Alice Ross es, junto al resto de sus colegas en The Bureau of Investigative Journalism (TBIJ), una de los mayores expertos en los programas de UAV. Desde el Bureau llevan años documentando esta guerra encubierta, siendo una de las principales fuentes de información junto a The Long War Journal y, en menor medida, otros como Pakistan BodyCount.

Ros cuenta cómo “nuestros datos descansan sobre fuentes que van desde periódicos, testimonios en tribunales o registros en libros a documentos filtrados y, por supuesto, nuestros propios investigadores sobre el terreno”. La experta llama la atención sobre lo “extremadamente complicado que es para los periodistas trabajar en Waziristan, donde se produce la mayor parte de los ataques en Pakistán, por lo que en esos casos nos apoyamos en corresponsales locales y conversaciones con gente de las tribus”. Unos datos, por otro lado, que desde la Administración Obama jamás se han reconocido.

Y es que durante el mandato demócrata, los testimonios de víctimas de drones se han multiplicado dramáticamente, como el de Sadaullah Wazir, un estudiante de la región de Waziristan que en septiembre de 2009 sufrió uno de estos ataques. “Ni siquiera oímos los dos misiles que nos lanzaron y antes de darnos cuenta habían explotado”, recuerda. “Estábamos tomando té y picando algo y entonces, llegaron los misiles”. Tres personas murieron y su primo y él cayeron heridos. “Cuando recobré el conocimiento, tenía un ojo vendado y ni siquiera sabía por qué sólo veía por un ojo”.

Wazir perdió las dos piernas y quedó tuerto: “antes de que empezaran los ataques”, se lamenta, “mi vida era feliz; iba a la escuela y pensaba que algún día sería médico”. Ya no será posible, dejó la escuela, apenas sale de casa porque casi no puede caminar con sus prótesis sin dolor y sufre terribles jaquecas.

¿Por qué se producen tantas bajas civiles si la tecnología de estas aeronaves es tan puntera? Uno de los motivos fundamentales, sobre todo en los primeros años del primer mandato de Obama, residía en los denominados ‘ataques de firma’, esto es, bombardeos basados únicamente en la actividad sospechosa de un grupo de hombres en lugar de en identificaciones precisas de los individuos. Esta táctica propiciaba desastres como la matanza afgana del 23 de junio de 2009, cuando la CIA localizó a un comandante talibán en un funeral al que acudían miles de personas y optó por lanzar misiles sobre la multitud para asesinarlo. El ataque se saldó con 83 muertos, de los cuales se estima que entre 18 y 45 eran civiles... y lo que aún amplifica más las dimensiones del fiasco, el objetivo talibán salió ileso.

La Casa Blanca terminaría por descartar este tipo de ataques y, en ese sentido, Ross explica que, “aunque no se puede afirmar categóricamente que se ha abandonado esta estrategia, lo cierto es que por las cifras de ataques y víctimas desde 2009-2010 parece que así ha sido”.

El otro motivo de fracaso en las operaciones con drones, entendido por esto la muerte de civiles inocentes, se debe a errores en los Servicios de Inteligencia. Farid Muttaqi lo sabe muy bien. Él ha venido trabajando en la Comisión Independiente de Derechos Humanos (DDHH) de Afganistán (AIHRC) desde el año 2004. Su visión sobre este conflicto resulta enriquecedora, a fin de cuentas fue uno de los participantes en la elaboración de Conflict Mapping in Afghanistan since 1978, el polémico informe de 800 páginas que documenta los crímenes de guerra cometidos en el país asiático en las tres últimas décadas, señalando con nombres y apellidos a los responsables. Un informe que jamás vio la luz debido a presiones del propio Gobierno afgano y de los países con tropas en el terreno.

Muttaqi explica que “EEUU y el gobierno afgano no cooperan, no comparten ningún tipo de información y eso pasa factura a la hora de definir los objetivos”. Tal y como señala, “el gobierno afgano no tiene conocimiento de cómo, ni dónde ni por qué atacan los aviones no tripulados”.

El Pentágono cuenta con observadores locales sobre el terreno, a los que paga a cambio de información, “pero en muchas ocasiones ésta no es confirmada y mueren inocentes”. El defensor de DDHH cuenta “el caso de un líder tribal que denunció a otro con el que estaba enfrentado desde hacía años por una disputa personal. Le acusó de alojar talibanes en su casa; no era cierto, pero los drones bombardearon su casa”.

"¿Acabamos de matar a un crío?"
Brandon Bryant trabajó en la Cannon Air Force Base de Nuevo México, encerrado en un habitáculo similar al contenedor de un tráiler, sin ventanas, a 17 grados centígrados y con la puerta de acceso cerrada a cal y canto. Delante de él, 14 monitores y cuatro teclados, con los que, con un láser, puede marcar como objetivo el tejado de una casa a miles de kilómetros de distancia y su compañero, apenas a unos centímetros de él, pulsar el botón del joystick. 16 segundos después, el impacto del misil Hellfire.

Un piloto de drone en plena misión (Air Force USA)
Bryant asegura que ese lapso de tiempo “es como estar a cámara lenta”, mientras uno no aparta los ojos de su pantalla recibiendo las imágenes que envía el UAV vía satélite, con un retardo de entre dos y cinco segundos. Siete segundos para el impacto y no hay ni un alma en la pantalla, si lo hubiera, aún podría desviar el misil. Tres segundos para el impacto y, entonces, un niño dobla la esquina. Una gigantesca explosión, la casa hecha trizas y ni rastro del muchacho.

“¿Acabamos de matar a un crío?”, pregunta aterrado a su compañero. “Sí, creo que sí”, contesta. Aún no lo puede creer y escribe con su teclado “¿eso era un niño?” y alguien, en otro rincón del mundo donde se ha visto el ataque por los monitores, responde “no, era un perro”. Revisan el vídeo. “¿Un perro con dos piernas?”.

Es el relato del que fuera –ya no lo es- uno de tantos pilotos de aviones no tripulados a los que a partir del pasado mes de febrero, el Gobierno de los EEUU concederá polémicas condecoraciones. Uno de tantos pilotos de drones que sufren depresión, ansiedad y cuadros de estrés post-traumático según un reciente informe del Departamento de Defensa estadounidense. Ya en 2011, de los 840 operarios de drones estudiados, las Fuerzas Armadas encontraron que un 46% de los pilotos de Predator y Reaper y un 48% de los operarios del sensor Global Hawk presentaban “elevados niveles de estrés operacional”.

Así contaba su historia Bryant a Der Spiegel, cómo en un segundo su mundo digital, ese de consola en el que una hora antes podía haber visto cómo los afganos hacían el amor sobre los tejados de sus casas en las noches calurosas de verano, chocaba frontalmente con la cruda realidad, con la angustiosa experiencia de haber matado a un niño inocente.

Asesinatos ilegales
Bryant es la otra cara de la moneda porque, como sucede en el frente, también hay soldados que no dejan lugar para los sentimientos, tan sólo para las órdenes. Del mismo modo, buena parte de la sociedad norteamericana antepone lo que considera la defensa del país por encima de cualquier otra consideración, incluso, de las bajas civiles.

Pantalla tal y como la ve un piloto de drone (Air Force USA)
Y si la muerte de miles de civiles son consideradas meros daños colaterales, mucho menos se cuestiona la idoneidad de las denominadas “muertes extrajudiciales”, es decir, los terroristas sospechosos exterminados sin juicio previo por la vía de un ataque de UAV. De hecho, diversas encuestas apuntan a que el apoyo popular de los estadounidenses a estas tácticas puede rondar el 80%.

Una opinión pública, sin embargo, que hace dos años volvió sufrir un conflicto de intereses, cuando en 2011 una ataque drone asesinó a Anwar al-Aulaqi, clérigo musulmán en Yemen. Al-Aulaqi era un supuesto líder de Al Qaeda, por lo que su muerte fue celebrada en EEUU, sin embargo, también tenía pasaporte estadounidense, lo que creó conmoción. Dicho de otro modo, EEUU había matado a un ciudadano norteamericano sin juicio previo. La caja de truenos volvió a destaparse con preguntas como la del profesor de Derecho de Georgetown, David Cole, al cuestionar “¿cómo podemos ser libres si nuestro gobierno tiene la potestad de matarnos en secreto?”.

Desde el TBIJ, Ross critica que, a pesar de encontrarnos ya en el undécimo año desde que arrancaran las operaciones con drones, “la falta de transparencia e información en torno a ellas permiten que los funcionarios de Estados Unidos realicen afirmaciones audaces sobre el número de bajas de civiles, como las que hizo recientemente la senadora demócrata, Dianne Feinstein, al afirmar que éstas eran de un solo dígito”.

Unas cifras a las que se oponen desde organizaciones como la New America Foundation, una de las más activas en contra de esta guerra secreta, y que, incluso, contrastan con las de otros senadores, esta vez las del republicano Lindsey Graham, que hace tan sólo unos días aportaba a los medios la cantidad de 4.700 asesinatos con drones, justificándolos: “A veces matas a gente inocente, y lo detesto, pero estamos en guerra”.

No es el único que valora así los hechos, el propio Obama parece ser de esa opinión como demuestra el reciente nombramiento de John Brennan como nuevo director de la CIA. A fin de cuentas, Brennan es el padre del programa de aviones no tripulados durante la Administración Obama, cuyos detalles guarda en el más absoluto secreto, como así quedó patente hace unas semanas en su comparecencia ante los senadores que intentaban en vano obtener información de estas operaciones.

Ann Wright, ex coronel del Ejército estadounidense y oficial retirada del Departamento de Estado, señala que “EEUU mantiene en secreto el número de civiles muertos en los bombardeos de drones. Sabemos que las agencias de inteligencia de EEUU comprueban desde las cámaras de videovigilancia de los propios drones cuántas víctimas se han producido en un primer ataque y en ocasiones, en función de lo que vean, lanzan un segundo ataque contra el mismo objetivo”. La ex coronel indica que “se ha llegado a atacar funerales de víctimas de un bombardeo previo con drones, en una clarísima violación del Derecho Humanitario Internacional”.

Pero ni una sola cifra oficial. El Bureau ha puesto en marcha una nueva investigación, la campaña Identifica al muerto, que busca identificar a todas las víctimas de los aviones no tripulados. A finales del pasado mes de enero, ya se había conseguido identificar a 213 personas asesinadas en Pakistán.


Wright, como sus colegas de la New America Foundation, está convencida de que los asesinatos selectivos con drones por parte de la CIA son ilegales, contrarios a “la orden ejecutiva de 1976, suscrita por el presidente Gerald R. Ford, que prohíbe la participación de las agencias de inteligencia en asesinatos”. Y no sólo la CIA está detrás de estas operaciones, puesto que algunos contratistas privados de seguridad, como la extinta Blackwater (ahora rebautizada como Xe Services) también habrían participado en ellas.

Mientras, Brennan defiende estas prácticas, no sólo esgrimiendo el discurso de defensa nacional de los EEUU sino, además, el de adalid de la justicia y la democracia internacional, asegurando que “la gente en esos países son rehenes de Al Qaeda y dan la bienvenida al trabajo de extirpar ese cáncer de su seno”.

Repunte del antiamericanismo
¿Realmente es así? ¿Son bien recibidos los ataques de aviones no tripulados por parte de los ciudadanos paquistaníes o, por el contrario, se está incrementando el sentimiento antiamericano?

Ann Wright no duda al afirmar que, efectivamente, el sentimiento antiamericano se ha acentuado en la región asiática, hasta el punto de que “en 2012, el ejército afgano y las fuerzas de seguridad que los mismos EEUU y OTAN estaban formando mataron más soldados americanos que Al Qaeda y los talibanes”. Wright, que ya se opuso a la Guerra de Irak (2003) y ahora se convertido en una auténtica activista anti-drone colaborando con organizaciones como Code Pink o Voices of Conscience, sostiene que “los soldados afganos están apuntando con sus armas a los instructores americanos porque tienen familiares o amigos que viven en la franja fronteriza y han sido víctimas del programa de drones de la CIA”.

A miles de kilómetros de distancia, se encuentra Rehan Khan, un joven freelance, colaborador del Daily Times en Pakistán, que pone voz local a lo que acostumbra a ser narrado en diferido por Occidente: “Los drones han traído más antiamericanismo. Incluso quienes daban un voto de confianza a Estados Unidos ahora lo critican con vehemencia”.

Escuchar sus palabras produce una sensación desoladora y en absoluto esperanzadora: “la mayor parte de las facciones militantes que operan bajo el paraguas del Tehrik e Taliban Pakistan (TTP, organización terrorista asociada al movimiento talibán) se alumbran a partir de los ataques de drones y las irracionales operaciones del Ejército paquistaní”. No es la única reacción ante los ataques, continúa el joven paquistaní, que cuenta que “algunas de las víctimas de estos bombardeos de drones cruzan la frontera, a Afganistán, para combatir contra los estadounidenses”.

Uno de los paquistaníes afectados muestra las fotos de sus familiares asesinados por un drone (Code Pink)
Sólo en Pakistán, The Bureau of Investigative Journalism estima que se han producido 364 ataques de drones americanos entre 2004 y 2013, lo que deja una horquilla de víctimas mortales entre 2.640 y 3.474 muertos. De ellos, es posible que casi 900 fueran civiles, 176 niños. Los heridos de estos bombardeos se cuentan también por miles y, así, no sorprende que Khan lamente que “uno de estos ataques apenas mata a uno o dos militantes, el resto de víctimas son civiles inocentes. Los daños colaterales son muy altos”.

Por su parte, el afgano Muttaqi explica que “es chocante y muy, muy triste, escuchar a los altos mandos de las Fuerzas Aéreas de EEUU hablar de las misiones con aviones no tripulados, referirse a ellas como buenas porque no se producen bajas de soldados y, en cambio, ni siquiera mencionan cómo año a año el número de bajas civiles se incrementa”.

Del mismo modo que Khan, Muttaqi también habla de un repunte del antiamericanismo, así como de “adhesiones a los talibanes a medida que se producen más matanzas de mujeres y niños. Los talibanes están claramente sacando partido de ello”. En este sentido, la desinformación que reina sobre el terreno tampoco favorece a templar los ánimos: “las tropas americanas muchas veces llegan a un pueblo, detienen a miembros de una familia y no se sabe nada más de ellos, ni por qué fueron apresados, ni si han sido juzgados o ejecutados”. Entonces, lamenta Muttaqi, “es cuando se reclama venganza, cuando se recrudece aún más el conflicto”.

La falta de transparencia que acompaña a estas operaciones deriva, incluso, en teorías de la conspiración que en ciertos círculos no parecen del todo descabelladas. Khan, el freelance paquistaní, se pregunta “quién está suministrando con armas y logística a estos grupos insurgentes”, señalando directamente a EEUU. Según explica, “en ámbitos académicos de Pakistán se sostiene la teoría de que EEUU podría estar financiando a algunos grupos insurgentes que combaten contra el Gobierno de Pakistán, como es el caso del TTP, con el fin de crear el caos y la inestabilidad en el país”.

Una tesis que a sus ojos se ve reforzada por el hecho de que muchos de los afectados por los ataques selectivos de EEUU “son pueblos tribales, talibanes en las FATA (Áreas Tribales Federalmente Administradas), que ya tenían acuerdos de paz con Pakistán, mientras que los que están haciendo la guerra nunca han sido blanco de los drones”. Además, continúa, “los talibanes afganos y la Red Haqqani que operan en Afganistán, mantienen buenos lazos con el ejército paquistaní y han asegurado a nuestro Gobierno que ellos no prestan ningún soporte a los talibanes paquistaníes. ¿Quién se lo está prestando, entonces?”.

El nuevo concepto de guerra móvil
A la hora de analizar el uso de aviones no tripulados es preciso distinguir entre las misiones llevadas a cabo en Afganistán, que está oficialmente declarado escenario de guerra, y Pakistán, Yemen o Somalia, en donde no hay conflicto bélico declarado. Es el principal motivo por lo que mientras las operaciones en Afganistán dependen directamente del Pentágono, en el resto de los casos se trata de operaciones encubiertas, planificadas por la CIA y aprobadas directamente por Obama. Más en el caso de Yemen, puesto que las sospechas sitúan la base de drones en Arabia Saudí, cuyas relaciones son mucho mejores con la CIA que con el Ejército.

La pregunta es inevitable: ¿están violando estas operaciones encubiertas la soberanía y el territorio nacional de los países? ¿Se están cometiendo asesinatos de manera impune? El freelance paquistaní lo tiene claro: “La percepción general es que EEUU está violando nuestro territorio y los partidos religiosos están sacando partido de ese sentimiento en sus campañas políticas. El Parlamento de Pakistán, incluso la ONU han elevado sus quejas en numerosas ocasiones, pero ambos han sido silenciados por el poder hegemónico de EEUU”.

"Los drones me hicieron huérfano" (Code Pink)
Ann Wright asegura que “los ataques con drones en Pakistán, Somalia, Yemen y Afganistán violan la soberanía de esos país”, si bien éste último caso es especial por existir una resolución de la ONU para el despliegue de operaciones militares. “Si Pakistán, Yemen y Somalia quieren asesinar a sus ciudadanos con drones o cualquier otro tipo de armas, es su decisión, pero los EEUU no debería estar llevando a cabo operaciones en esos países”.

Wright está convencida de que “EEUU viola sistemáticamente el Derecho Internacional con su guerra global contra el terrorismo” como excusa, “sin que haya sufrido todavía ninguna consecuencia por esta violación”. Desde su punto de vista, “estas acciones deberían discutirse directamente en la Corte Penal Internacional o cualquier otro foro jurídico internacional”.

Pilar Pozo Serrano es profesora titular de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales en la Universidad de Valencia (España); lleva años estudiando estos programas y también comparte la idea de que “las campañas están ayudando a fomentar una mayor radicalización”, lejos de debilitar a los grupos insurgentes. Para Pozo Serrano, la clave para poder hablar de legal o ilegal radica en si existe un conflicto.

Este incremento de las operaciones se sustenta porque el conflicto armado se desplaza allá donde vayan los enemigos, eliminando cualquier posibilidad de geografía jurídica de la guerra. ¿Quiénes son los enemigos? A finales del año pasado, el asesor general del Departamento de Defensa, Jeh C. Johnson, respondía a esta pregunta en un discurso pronunciado en la Universidad de Oxford: “Nuestro enemigo está formado por las personas que son parte de los talibán, de Al Qaeda o de fuerzas asociadas” y son co-beligerantes en las hostilidades contra EEUU o sus aliados de la coalición. Unos meses antes, el asesor general de la CIA, Stephen Preston, se aferraba a la legítima defensa como fundamento jurídico para justificar el uso de fuerza letal por la Agencia, a pesar de que un informe de la ONU apuntaba ya en 2010 que la “legítima defensa preventiva” jamás es una justificación para asesinar a sospechosos de terrorismo fuera de las zonas de combate.

Pozo Serrano sostiene que, además, “desde la óptica del Derecho Internacional es un exceso que un Estado entero esgrima legítima defensa contra un único individuo”, como es el caso de estos asesinatos selectivos. La profesora de la Universidad de Valencia llama la atención sobre Yemen y Somalia, “donde no existe conflicto armado como tal” y EEUU actúa “sin el respaldo del grueso de la Comunidad Internacional, pero tampoco con su cuestionamiento porque, en el fondo, hay un temor generalizado contra la amenaza yihadista”.

Un drone Predator en pleno ataque (General Atomics)
Otro de los motivos para el consentimiento de estas operaciones de EEUU reside en que “los otros países también quieren tener su margen de maniobra para usar drones contra grupos insurgentes que les amenazan, como es el caso de Turquía, Rusia o Israel”. Sin embargo, Pozo Serrano advierte que, a diferencia de lo que hace la Administración de Obama, “Israel, por ejemplo, sí hizo pública su política de ataques selectivos”, hasta el punto de que ha sido revisada y objeto de un pronunciamiento judicial por parte del Tribunal Supremo de Israel.

La connivencia internacional podría haber tocado a su fin. Al menos así opinan los más optimistas a la luz de la investigación sobre ataques aéreos llevados a cabo por EEUU, Reino Unido e Israel, a cargo del relator especial de la ONU para la lucha contra el terrorismo y los Derechos Humanos, Ben Emmerson. El próximo otoño, Emmerson expondrá sus recomendaciones a la Asamblea General de la ONU y quizás entonces se pueda arrojar más luz sobre cómo encajan los drones en las leyes internacionales de la guerra y de los DDHH.

Pero mientras, la CIA no cesa en su despliegue de operaciones encubiertas, tratando de extenderse por África. Según los cables hechos públicos por WikiLeaks, EEUU habría establecido en la ciudad de Ouagadougou (Burkina Faso) su centro neurálgico. Bajo el nombre en clave de Creek Sand, esta base estaría coordinando al menos una docena de bases aéreas, establecidas desde 2007 en países como Etiopía, Yibuti, Kenia o las Islas Seychelles, entre otros. ¿El objetivo? Vigilar y atacar desde al-Shaba o al-Qaeda en la Península Arábiga al LRA (Lord’s Resistance Army) de Joseph Kony en Uganda, pasando por el AQIM en Mauritania, Malí y el Sahara. La guerra secreta no tiene fin

(Reportaje en El Puercoespín, Marzo de 2013)

ACTUALIZACIÓN (abril 2013):

¿El adiós de los drones de la CIA?
El control de la CIA sobre las operaciones secretas con drones podría haber tocado a su fin antes, incluso, de conocer el informe final del relator de la ONU. La noticia la daba en exclusiva la web The Daily Beast hace unas semanas y poco a poco se hicieron eco el resto de los medios: según fuentes de la cúpula militar norteamericana, Obama estaría barajando seriamente la posibilidad de concentrar todas las acciones con aviones no tripulados al Pentágono, esto es, al Departamento de Defensa y el Ejército.

Las presiones por parte de los sectores más conservadores parecen incrementarse cada día más en esa dirección. Según las primeras informaciones, la transición se realizará de manera progresiva, aunque no cuenta con el beneplácito unánime de los oficiales de Defensa, algunos de los cuales consideran que la mayor efectividad de estos ataques con drones ha venido precisamente del lado de la CIA y, con la nueva directiva, es posible que eso se pierda. A pesar de ello, el traspaso de poderes de la CIA al Pentágono se da ya por hecho, de manera que se salvaría la actual violación de órdenes ejecutivas como la del presidente Ford de 1976, tal y como denuncian la ex coronel Wright y la New America Foundation, que prohíbe la implicación de las agencias de inteligencia en asesinatos.

En suma, se trata de un cambio de estrategia con el que el presidente de EEUU busca dar una imagen de mayor transparencia y, al mismo tiempo, lavar la imagen de quienes han actuado como jueces y verdugos a un mismo tiempo. La pregunta que surge es ¿se alcanzará esta mayor transparencia? Algunos expertos como John Bellinger, ex fiscal de Departamento de Estado en la Administración Bush, no lo tienen nada claro y duda de que “el Gobierno dé a conocer los ataques o, al menos, algunos detalles acerca de quiénes son los objetivos de los ataques y por qué. No se calmarán las preocupaciones que hay sobre la falta de transparencia en este tipo de operaciones”.
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1 comentario

  1. Cuando se escriba la verdadera Historia, este momento de la nuestra quedará reflejado como una gran mancha de siniestra iniquidad, oprobio e hipocresía, como tantos otros que, como hasta ahora, ocupan las páginas más cruentas de la historia humana.

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