¿Amenaza la tecnología tu puesto de trabajo?
Estamos acostumbrados a escuchar escandalosas cifras acerca de
cuántos puestos de trabajo crearán las nuevas tecnologías, sin embargo,
pocos gurús –normalmente a sueldo de las tecnológicas- se mojan a la
hora de señalar cuántos empleos se perderán. Ahora, un estudio realizado por Deloitte y la Universidad de Oxford publica unas conclusiones cuanto menos inquietantes: en los próximos 20 años, resulta más que probable que la automatización engullirá un tercio de los empleos.
El informe toma como campo de estudio Reino Unido, pero sus conclusiones bien podrían extrapolarse al resto de países desarrollados (y, por supuesto, en vías de desarrollo). El 35% de los puestos de trabajo están en peligro de extinción, especialmente quienes se encuentran en las clases media y baja con sueldos por debajo de las 30.000 libras (unos 39.700 euros) al año. De hecho, a finales de 2013, uno de los autores del estudio, el doctor Michael A. Osborne de la Universidad de Oxford, publicó otro informe en que fijaba en el 47% la cifra de empleos en riesgo en Estados Unidos entre los próximos 10-20 años. Las visiones menos optimistas –y más realistas, diría yo- indican que esa canibalización del empleo por parte de la tecnología se producirá en un lapso de tiempo mucho más corto que dos décadas.
La primera gran falacia que se nos ha vendido es que la tecnología hace nuestra vida más llevadera y nos hace trabajar menos. Sin embargo, esto no es cierto, puesto que desde los tiempos de la Revolución Industrial, si bien es verdad que el esfuerzo físico se ha reducido gracias a la tecnología, no es menos cierto que trabajamos más y, lo que es peor, por menos. El número de horas extras no pagadas se ha disparado en los últimos años sin que la tecnología haya conseguido resolver la problemática. El porqué es sencillo: es el capitalismo salvaje el que alumbra este penoso escenario. Y es que, como sucede con la riqueza en general, el reparto de los beneficios de la automatización es extraordinariamente desigual.
La segunda falacia es pensar que la tecnología nos libera de tareas pesadas para poder dedicarnos a trabajo más cualificado. Falso, porque incluso en el área de empleo más cualificado se está produciendo una sustitución de los trabajadores por máquinas. Además, el ritmo de creación de nuevo trabajo cualificado no será equiparable al de destrucción de empleo por las máquinas. Por otro lado, ¿se está utilizando la tecnología donde realmente es necesario o, sencillamente, donde se quiere abaratar manos de obra y contar con menos empleados?
La respuesta se concentra en la segunda parte de la pregunta, como demuestran diversas experiencias. Hace poco más de un año, por ejemplo, los conductores del metro más antiguo del mundo, el de Londres, convocaron paros como medida de protesta por el anuncio del alcalde Boris Johnson de sustituir todos los trenes por vagones automatizados que no precisaran de conductor. El argumento que justifica la medida es que, al reducir la intervención humana, también se reduce el riesgo de un error y, por tanto, de un accidente. Sin embargo, si uno acude a las estadísticas comprueba que los accidentes sufridos en el suburbano londinense son tan escasos que no se justifican los planes de Johnson... más aún si uno regresa al mundo estadístico y analiza la cantidad de ataques cibernéticos que sufren entes públicos, como podría ser el centro de control del metro de Londres.
No siempre ha sido así y, precisamente, famosa es la anécdota de William Lee, el inventor que cuando acudió en el siglo XVI a que la reina Isabel I de Inglaterra patentara su máquina de tejer medias. La monarca se negó por miedo a que afectara a los artesanos destinándoles a la mendicidad. Hasta dos veces se negó y Lee tuvo que marchar a Francia donde su negocio sí prosperó.
Otro ejemplo, los traductores. ¿Sabían ustedes que el trabajo de traductor ha caído en picado? Las empresas que requieren de este tipo de servicios recurren a software de traducción automática y el documento resultante lo suben a una subasta de traductores que aceptan cobrar una miseria por pulir el texto con la excusa que de la mayor parte del trabajo ya ha sido realizado.
En cierto modo, una cuota importante de la responsabilidad de rechazar esta automatización descansa sobre nuestros hombros. Por citar otro ejemplo, las cajas de autoservicio de los supermercados. ¿Realmente no necesarias o sirven para eliminar puestos de trabajo? El argumento que respalda su instalación es la reducción del tiempo de espera en la cola y nada parece tener que ver el hecho de que en la misma superficie de una caja tradicional caben más autoservicios a los que no hay que pagar ni sueldo ni Seguridad Social.
¿Mi consejo? Aguanten en la cola, no caigan en la tentación de autocobrarse ustedes mismos –aunque siempre se lleven las bolsas de plástico sin pagar-. Y si quieren más tiempo libre, no traten de conseguirlo contribuyendo a que otra persona no tenga empleo, sino que plante cara en el suyo propio y reclame mayores medidas de conciliación.
Ese es el camino, porque no todas las tareas han de realizarse de un modo más rápido y eficiente si para conseguirlo eliminamos el trabajo de una persona. En muchos casos, debe primar la participación humana por encima del ahorro de costes que, en realidad, únicamente redunda en seguir hinchando la cuenta corriente del empresario de turno.
El informe toma como campo de estudio Reino Unido, pero sus conclusiones bien podrían extrapolarse al resto de países desarrollados (y, por supuesto, en vías de desarrollo). El 35% de los puestos de trabajo están en peligro de extinción, especialmente quienes se encuentran en las clases media y baja con sueldos por debajo de las 30.000 libras (unos 39.700 euros) al año. De hecho, a finales de 2013, uno de los autores del estudio, el doctor Michael A. Osborne de la Universidad de Oxford, publicó otro informe en que fijaba en el 47% la cifra de empleos en riesgo en Estados Unidos entre los próximos 10-20 años. Las visiones menos optimistas –y más realistas, diría yo- indican que esa canibalización del empleo por parte de la tecnología se producirá en un lapso de tiempo mucho más corto que dos décadas.
La primera gran falacia que se nos ha vendido es que la tecnología hace nuestra vida más llevadera y nos hace trabajar menos. Sin embargo, esto no es cierto, puesto que desde los tiempos de la Revolución Industrial, si bien es verdad que el esfuerzo físico se ha reducido gracias a la tecnología, no es menos cierto que trabajamos más y, lo que es peor, por menos. El número de horas extras no pagadas se ha disparado en los últimos años sin que la tecnología haya conseguido resolver la problemática. El porqué es sencillo: es el capitalismo salvaje el que alumbra este penoso escenario. Y es que, como sucede con la riqueza en general, el reparto de los beneficios de la automatización es extraordinariamente desigual.
La segunda falacia es pensar que la tecnología nos libera de tareas pesadas para poder dedicarnos a trabajo más cualificado. Falso, porque incluso en el área de empleo más cualificado se está produciendo una sustitución de los trabajadores por máquinas. Además, el ritmo de creación de nuevo trabajo cualificado no será equiparable al de destrucción de empleo por las máquinas. Por otro lado, ¿se está utilizando la tecnología donde realmente es necesario o, sencillamente, donde se quiere abaratar manos de obra y contar con menos empleados?
La respuesta se concentra en la segunda parte de la pregunta, como demuestran diversas experiencias. Hace poco más de un año, por ejemplo, los conductores del metro más antiguo del mundo, el de Londres, convocaron paros como medida de protesta por el anuncio del alcalde Boris Johnson de sustituir todos los trenes por vagones automatizados que no precisaran de conductor. El argumento que justifica la medida es que, al reducir la intervención humana, también se reduce el riesgo de un error y, por tanto, de un accidente. Sin embargo, si uno acude a las estadísticas comprueba que los accidentes sufridos en el suburbano londinense son tan escasos que no se justifican los planes de Johnson... más aún si uno regresa al mundo estadístico y analiza la cantidad de ataques cibernéticos que sufren entes públicos, como podría ser el centro de control del metro de Londres.
No siempre ha sido así y, precisamente, famosa es la anécdota de William Lee, el inventor que cuando acudió en el siglo XVI a que la reina Isabel I de Inglaterra patentara su máquina de tejer medias. La monarca se negó por miedo a que afectara a los artesanos destinándoles a la mendicidad. Hasta dos veces se negó y Lee tuvo que marchar a Francia donde su negocio sí prosperó.
Otro ejemplo, los traductores. ¿Sabían ustedes que el trabajo de traductor ha caído en picado? Las empresas que requieren de este tipo de servicios recurren a software de traducción automática y el documento resultante lo suben a una subasta de traductores que aceptan cobrar una miseria por pulir el texto con la excusa que de la mayor parte del trabajo ya ha sido realizado.
En cierto modo, una cuota importante de la responsabilidad de rechazar esta automatización descansa sobre nuestros hombros. Por citar otro ejemplo, las cajas de autoservicio de los supermercados. ¿Realmente no necesarias o sirven para eliminar puestos de trabajo? El argumento que respalda su instalación es la reducción del tiempo de espera en la cola y nada parece tener que ver el hecho de que en la misma superficie de una caja tradicional caben más autoservicios a los que no hay que pagar ni sueldo ni Seguridad Social.
¿Mi consejo? Aguanten en la cola, no caigan en la tentación de autocobrarse ustedes mismos –aunque siempre se lleven las bolsas de plástico sin pagar-. Y si quieren más tiempo libre, no traten de conseguirlo contribuyendo a que otra persona no tenga empleo, sino que plante cara en el suyo propio y reclame mayores medidas de conciliación.
Ese es el camino, porque no todas las tareas han de realizarse de un modo más rápido y eficiente si para conseguirlo eliminamos el trabajo de una persona. En muchos casos, debe primar la participación humana por encima del ahorro de costes que, en realidad, únicamente redunda en seguir hinchando la cuenta corriente del empresario de turno.
Sin comentarios