Las deudas del capitalismo con el Planeta

Antes de que la Asamblea General de las Naciones Unidas se volcara con la guerra de Siria, hemos asistido a cómo se gestaba una nueva puesta por la sostenibilidad –la Agenda de Desarrollo Sostenible 2015- con el fin de marcar la hoja de ruta internacional para los próximos 15 años.

Si los Objetivos de Desarrollo Sostenible eran ocho con 21 metas –negociados a puerta cerrada-, los 17 objetivos de desarrollo sostenible de ahora tienen hasta 169 metas y han sido resultado de un proceso que ha involucrado a 193 Estados de la ONU y a la sociedad civil.

Entre estas metas concretas de la Agenda 2030 hay medidas para proteger el océano, el agua dulce y los bosques, pero como remarcan desde WWF, es imperativo priorizar el cambio climático como parte del esfuerzo mundial para proteger a las personas y el planeta. Así lo expone Samantha Smith, líder de la Iniciativa Global para Clima y Energía de WWF Internacional, al subrayar que "los gobiernos deben ahora mantener el impulso generado en torno al nuevo acuerdo de desarrollo sostenible y aplicarlo en las negociaciones climáticas en París [en referencia a la COP21 de París]".

La pregunta ahora es, ¿tiene utilidad real esta Agenda 2030 o es un canto de sirenas, un mero acto de marketing ecológico que luego cada país dejará caer en el olvido? Juzguen ustedes, porque mientras el uso de las energías renovables y el aumento de la eficiencia energética mundial se encuentran entre las metas estrellas, en países como España –que suscribe la Agenda- se penaliza el autoconsumo y el aprovechamiento de las renovables mientras se fomentan los combustibles fósiles.

Y España no es una excepción. Quizás por eso, la presidenta de WWF, Yolanda Kakabadse, insiste en que “lo más importante para los próximos meses es que los países identifiquen cómo van a contribuir al logro de estos objetivos y determinen sus criterios e indicadores para comunicar el resultado de sus esfuerzos [...]. Lo más importante será trabajar juntos y ser lo más transparente posible con los datos”.

Y mientras éstos sucedía, continúan los preparativos para que del 10 al 12 de octubre se celebre en Cochabamba (Bolivia) la Conferencia Mundial de los Pueblos sobre Cambio Climático y Defensa de la Vida (CMPCC).

Hace ya cinco años que en aquel mismo lugar se suscribió el Acuerdo de los Pueblos en este encuentro auspiciado por Evo Morales tras el clamoroso fracaso de la Conferencia sobre el Cambio Climático de Copenhague. Entonces, el Acuerdo alumbrado por más de 147 países asistentes ya denunciaba cómo el sistema capitalista nos ha impuesto una lógica de competencia, progreso y crecimiento ilimitado, “convirtiendo todo en mercancía: el agua, la tierra, el genoma humano, las culturas ancestrales, la biodiversidad, la justicia, la ética, los derechos de los pueblos, la muerte y la vida misma”.

Toca ahora hacer balance y si el nuevo sistema que se pretendía forjar, ese que restableciera la armonía con la naturaleza y entre los seres humanos, ha asentado al menos sus cimientos en torno a la bautizada como Declaración Universal de Derechos de la Madre Tierra. Y la respuesta no es muy optimista.

El capitalismo como enemigo

De hecho, uno de los grandes enemigos que sigue identificando este foro es el capitalismo, al que califica de amenaza contra la vida, poniendo en peligro la salud de las tierras, los alimentos, el agua y los bosques a cambio de satisfacer los intereses de las grandes multinacionales. En esa misma línea y al interés de ese capitalismo voraz, el grupo critica duramente las guerras y las geopolíticas de los neo-imperios que parecen querer distribuirse las tierras y los territorios a su libre albedrío con el objetivo de apropiarse con los recursos naturales estratégicos.

Utilizando el mismo lenguaje con el que el neoliberalismo se escuda para dar su zarpazo, la CMPCC habla de las deudas del capitalismo, que van desde la deuda climática a la social y, por supuesto, la ecológica. Todo un conjunto de deudas con los pueblos y con el mismo Planeta, que padece la deuda climática.

En aquel Acuerdo de 2010 ya se avanzaba que el modelo que se propugnaba no era de desarrollo destructivo ni ilimitado, sino uno en el que los países produzcan bienes y servicios para satisfacer las necesidades fundamentales de su población, pero que de ninguna manera continúen el camino de desarrollo en el cual los países más ricos tienen una huella ecológica 5 veces más grande de lo que el Planeta es capaz de soportar.

Los pronósticos hace 5 años eran aterradores: se había excedido en más de un 30% la capacidad del Planeta para regenerarse y, de seguir con ese ritmo de sobreexplotación, para 2030 se necesitarían 2 planetas. Toca pasar a la acción de una vez por todas, de avanzar e ir más allá de lo suscrito en foros como la ONU, la CMPCC o la COP21 de París y la gran pregunta es: ¿Estamos preparados, tanto Gobiernos como ciudadanos del mundo, para dar el salto a ese cambio de modelo de vida? Una pista: para continuar con su tren de vida, EEUU emite unas 20 veces más gases de efecto invernadero que un habitante de África Subsahariana (alrededor de 23 toneladas anuales de CO2 por habitante).
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