Hace unos seis meses que escribí un reportaje acerca de las denuncias por parte de trabajadores de la multinacional española Prosegur por violaciones de derechos humanos y laborales.
Entonces, tuve oportunidad de entrevistar en persona a trabajadores de
Latinoamérica que contaban cómo habían sido víctimas de agresiones, amenazas e intimidaciones por parte de personal directivo de Prosegur,
cómo se había convertido en práctica habitual de la compañía forzar a
sus empleados a trabajar durante largas jornadas laborales en
condiciones de seguridad lamentables, en países como Colombia donde los
sicarios cuentan con mejores armas que la propia policía.
Con
todo, durante la realización de aquel reportaje lo más desalentador no
fueron los testimonios de trabajadores como Héctor Fabio Bermeo, golpeado por un directivo de Prosegur,
sino el silencio de la compañía. Durante varios días traté de
contrastar la información, de conocer la versión de la multinacional
española, pero no fue posible. Rechazaron hacer cualquier tipo de
declaración lo que, en estos casos y desde mi punto de vista, es como
ponerse una diana encima, como declarar su culpabilidad. Si
efectivamente no se realizan malas prácticas, ¿por qué no demostrarlo?
Prosegur no quiso o no pudo. En ambos casos, culpable.
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