El campo francés y la tierra quemada de Europa

El ‘asedio de París’, como lo ha llamado el millar de agricultores con algo más de 500 tractores que bloquean todas las vías de acceso a París, ha puesto en jaque, no sólo a Francia, sino a toda Europa, aunque a estas alturas todavía haya una parte de ella que se sienta ajena. Cerca de 15.000 policías se han movilizado para evitar la entrada de los tractores en la capital pero, en realidad, éstos ya han entrado. El espíritu de su lucha cala en la sociedad y la gran pregunta que surge es ¿quién cosechará esa siembra, la izquierda o la derecha, cada vez más intoxicada por la extrema derecha?

Hacer un repaso por la prensa francesa deja testimonios que recuerdan mucho a los leídos en las movilizaciones del sector agrario y ganadero español. “Debemos devolver la dignidad a nuestra profesión”, es una de las máximas que se repiten. Entre esas declaraciones, esos mensajes-fuerza como se denominan en el mundo del marketing, se entremezclan historias como la de Claude Menara, agricultor de 66 años de salió de Bouglon hacia París, decidido a recorrer los algo menos de 700 kilómetros que le separan de la capital al volante de su tractor de seis toneladas y una velocidad pico de 50 km/h. “Ir a París en tractor es una epopeya”, afirma, y epopeyas como las de este agricultor que, reivindica poder vivir de su trabajo y no de las ayudas, gustan al público general… ese que vota.

El recién nombrado primer ministro francés, Gabriel Attal, ha suspendido su primer gran examen. En cuanto han venido mal dadas, su primera salida ha sido acusar al resto de países europeos, incluida España, de competencia desleal con el campo francés, algo que cae por su propio peso. Lo cierto es que en Francia existen más restricciones que en el resto de países al uso de determinados pesticidas, por ejemplo, pero eso es algo autoimpuesto por el gobierno francés. Huelga decir que en lugar de que París se equipare con sus vecinos europeos, el proceso debería ser el inverso por una cuestión de sostenibilidad y salud pública, pero esto parece poco probable visto el cortoplacismo de Bruselas con ‘venenos’ como el glifosato, cuyo uso se ha prolongado otra década.

Dice ‘el Ulises subido a un tractor’, Menara, que quieren dejar de vivir de las ayudas, desean hacer valer su trabajo, y es que Francia es el primer receptor de fondos de la PAC, la política agrícola común del bloque, percibiendo unos 9.000 millones de euros al año. Sin embargo, para poder vivir de su trabajo, es preciso cuidar el medio ambiente, porque buena parte de los problemas a los que nos enfrentamos ahora, como la pertinaz sequía, se debe a no haberlo hecho en el pasado.

No lo ven así los agricultores, en este caso franceses, que cargan contra medidas europeas diseñadas a cuidar del entorno, como la obligatoriedad contemplada en la PAC de poner en barbecho un 4% de las tierras para evitar su agotamiento. Quizás sí lo verían si a este tipo de restricciones le acompañaran guiños que ayuden a paliar esa falta de producción: hablamos de exenciones fiscales al gasóleo agrícola sin necesidad de paralizar el país o, más concretamente, que no se pague al productor por debajo del precio de coste, algo que sufrimos también en España ante la pasividad del gobierno.

El malestar que se está sembrando estos días en Francia, incluido el acuerdo con los países Mercosur (Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay y Bolivia), es algo que sabe recolectar muy bien la extrema derecha, esa que además recurre al negacionismo climático. A pesar de ser explícitamente antieuropeísta, el neofascismo que se extiende por Europa está más motivado que nunca para imponerse en las elecciones europeas del próximo mes de junio. Conflictos como el del campo que se vive estos días en Francia suelen encontrar mejor abrigo en la ultraderecha que en la izquierda o la derecha moderada, confusas e incapaces de abordar la cuestión. Hace ya una década que el profesor de Historia de la Filosofía Domenico Losurdo escribió La izquierda ausente (El Viejo Topo), pero poco hemos avanzado desde el retrato que hizo entonces: “El panorama de la izquierda occidental varía de un país a otro. Aquí y allá se advierten signos de recuperación, mientras el movimiento comunista, que se había dado por muerto, da señales de vida. Pero en conjunto, falta una respuesta adecuada a los procesos de desemancipación y los graves peligros que se perfilan en el horizonte. ¿Cómo explicar la ausencia en EEUU y Europa de una izquierda a la altura de la situación?”.

En España ya hemos visto cómo la extrema derecha ha querido capitalizar las protestas del sector agrario y ganadero, transportistas, taxistas… no les proporcionan respuestas adecuadas a sus problemas, como ya vimos en Castilla y León, donde les ofrecían la relajación de las medidas sanitarias contra la tuberculosis bovina, pero consiguen llamar su atención porque no suena a la charlatanería condescendiente de siempre. En un error mayúsculo que ensancha el espacio fascista, la derecha tradicional ha querido imitar el discurso de la ultraderecha, como vemos en cuestiones como la migración los discursos de Isabel Díaz Ayuso o el propio Emmanuel Macron, cuyas medidas más duras han tenido que ser tumbadas por el Consejo Constitucional de Francia.

Ningún país europeo debería sentirse ajeno a las protestas del campo francés porque, en mayor o menor medida, son las mismas demandas que se reproducen en dentro de sus propias fronteras. El campo francés puede convertirse en la tierra quemada de toda Europa. Saber darles una respuesta integral, dejar de parchear y parar los pies de una vez por todas a los eslabones de la cadena de valor que se enriquecen a costa de los productores es imperativo si el próximo mes de junio no queremos ver resucitado definitivamente el fantasma del fascismo. La fruta está madura, no dejemos que se pudra.

(Artículo en Público)

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