Con la Iglesia hemos topado... de nuevo

No he podido evitar volver de nuevo sobre mis pasos y releer el post que escribí sobre la campaña que acaba de poner en marcha la Iglesia, supuestamente, en favor de la vida. Ha sido una noticia en Público la que me ha devuelto a ese post, puesto que la información parecía responder punto por punto a mi reflexión de hace unos días, con la salvedad de que 250.000 euros invertidos en la campaña son descritos casi como migajas... ay de la ONG o fundación que se hiciera con ese montante, la de cosas que haría en lugar de imprimir folletos y pagar vallas publicitarias. No me extenderé más en en tema y os adjunto el artículo, porque habla por sí sólo (pinchando en la imagen se verá a buena resolución).


Mucho más interesante me parece, en cambio, la aberración del día con la que nos ha sorprendido una vez más Benedictino XVI. Resulta sencillamente vergonzoso que la Iglesia menosprecie las bondades del uso del preservativo a la hora de prevenir enfermedades venéreas y, más concretamente, el SIDA. ¿Nos hemos vuelto locos? ¿Cómo puede ser que esta Iglesia que aboga un día por la vida, abogue al día siguiente por la muerte?
Su opción de sustituir el condón por la moralidad, no parece especialmente recomendable y, más aún viniendo de quien viene (les sugiero que lean el siguiente artículo, también de Público).

¿Qué debería hacer una pareja en la que uno de los miembros es seropositivo por un accidente laboral (es ATS), y se quieren demostrar su amor? ¿Infectar también a la pareja? ¿Acaso ahí la moralidad conseguirá evitar la infección? Creo que no.

Con declaraciones como ésta, es cuando más lamento haber sido bautizado por cultura y tradición cristiana y, desde luego, cuando más razones encuentro para apostatar. De hecho, a todos esos cristianos que se sienten perseguidos, criticados o despreciados por los no cristianos, por favor, salgan a la luz y critiquen duramente las palabras de su líder religioso. De lo contrario, no se extrañen si les miramos con cierta suspicacia, con esa desconfianza de saber que, quien tienes enfrente y te sonríe a la cara, te está clavando un puñal por la espalda.
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