Lecciones de Jon Lee Anderson: Haití

REUTERS/Eduardo Munoz
Hoy se ha dejado caer por Madrid Jon Lee Anderson, el mítico periodista que actualmente firma en The New Yorker. Acudía a la charla por recomendación expresa de Gervasio Sánchez y, la verdad, viniendo de él, no podía faltar a la cita. No ha decepcionado, en absoluto, más bien todo lo contrario: altamente recomendable; así que todo el que tenga oportunidad de escucharle en su gira por los diferentes Caixa Forum del país no debería perdérselo.

El tema de la charla era 'El reto de contar la verdad en plena guerra' y da material para varios posts. Hoy sólo me centraré en su experiencia cubriendo el terremoto de Haití, que es bastante ilustrativa. Transcribo directamente mis notas -acabo de regresar-, en primera persona, para no alteral el contenido:

"Estuve en Haití. Un día iba con el nativo que me guiaba y, como días atrás había visto tirar cuerpos detrás del cementerio, le pedí que me llevara allí. Cuando llegamos había tres cadáveres, uno de ellos de una niña de 11 años, pero no estaban hinchados como el resto de las víctimas del terremoto. Me vino a la mente el modo en que los Escuadrones de la Muerte nicaragüenses tiraban los cadáveres, bocabajo.

Ni siquiera nos bajamos del coche porque el hedor era muy fuerte. A unos metros había otro cadáver. Era un joven cubierto completamente de sangre, aparentemente muerto. Sin embargo, su aspecto tampoco era como el de los demás muertos por el seísmo. Andaba pensando sobre ello una y otra vez y por fin dimos la vuelta. Había gente alrededor del supuesto muerto, que ahora se movía.

A lo lejos, se acercaba una gran pala mecánica, al que otro tipo le hacía indicaciones. Llegó la pala mecánica, cogió a los tres cadáveres y los tiró a un cerro de arena con más cadáveres, ocultándolos. La pala se acercó al hombre ensangrentado y cuando lo iba a coger, el tipo de las indicaciones le dijo "no, a éste no". Cuando le pregunté el motivo, me contestó "yo sólo me ocupo de los muertos". Al parecer, eran presos de la cárcel, ladrones escapados y ejecutados por la policía.


Yo tenía un dilema moral. Quería ayudar al hombre ensangrentado, herido de muerte, aunque fuera un criminal. Nadie le quería ayudar precisamente por delincuente. Decidimos ir al hospital para traer a un médico y que le ayudara. Convencimos a cuatro auxiliares y cogimos una tabla para llevarle al hospital y que le atendieran. Cuando regresamos, había una treintena de personas rodeando al moribundo, con tres periodistas sacándole fotos -uno de ellos español-. El hombre agonizaba, se quería acercar hacia nosotros al ver que veníamos en su ayuda. Se arrastraba penosamente por el suelo ante la mirada de la muchedumbre y de los fotógrafos que no dejaban de sacar fotos.

Nos increparon por tratar de salvarle la vida, comenzaron a golpear el coche, me decían que le dejáramos morir, que era un criminal. Ya eran 30 o 40 hombres los que se nos echaban encima. Había muchas posibilidades de que nos atacaran, sólo habían 4 días desde el terremoto y había mucho nerviosismo.

Regresamos al hospital porque había visto antes la llegada del ejército y,cuando les avisamos, los soldados pudieron regresar a por él. Tenía una bala en la nuca, otras en las tripas, una más en la pierna, y le habían volado un dedo. No sé si finalmente sobrevivió.

Podía haber tomado la decisión incorrecta en todos y cada uno de los pasos que di. Lo curioso del tema es que luego todos los fotógrafos me enviaron las fotos, tengo un book completo, pero a ninguno de ellos se les ocurrió ayudarle, sólo estaban haciendo su trabajo. Eran jóvenes, y yo sé que la juventud facilita equivocarse. Además, a todos los que están detrás de una lente, ésta les distancia de la realidad y evita que se comporten como un ser humano compasivo, aunque unos segundos después, quizás, lo lamenten".

Mañana escribé otro post de lección viva de periodismo riguroso y comprometido a cargo del maestro Anderson.
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2 comentarios

  1. Querido amigo David. No puedo estar más en desacuerdo con el señor Anderson, al que tengo un gran respeto profesional.

    El motivo de mi disensión es el siguiente: cuenta J.L.Anderson: "Decidimos ir al hospital para traer a un médico y que le ayudara. Convencimos a cuatro auxiliares y cogimos una tabla para llevarle al hospital y que le atendieran. Cuando regresamos, había una treintena de personas rodeando al moribundo, con tres periodistas sacándole fotos -uno de ellos español-"

    Presten atención al matiz porque no tiene desperdicio. Jon Lee Anderson se presenta ante el público como un ser lleno de humanidad que, en medio del ejercicio de su labor profesional, hace una pausa para ayudar a un herido, un delincuente. Honrosa su actitud. Pero, he ahí la sorpresa, se permite el lujo de poner aparte el trabajo de los fotógrafos. Reparto de papeles. Queda claro el mensaje del "maestro" Anderson: "Unos ayudamos mientras los buitres hacen fotos". Y como todo esto lo dice durante una charla ante un público español, no duda en especificar que uno de los desalmados que fotografía es compatriota nuestro, para dejar bien claro que también hay buitres españoles.

    "Tenía una bala en la nuca, otras en las tripas, una más en la pierna, y le habían volado un dedo". Jon Lee Anderson puede contar cómo se encontraba aquel hombre, cuál era su situación procesal, etc. Pero sus compañeros de oficio, los que no escriben, los que acuden a los lugares a molestar con los "clic clic" de sus cámaras de fotos, ellos no se merecen entrar en la misma categoría. Porque ellos son "voyeurs". "Yo lo cuento y soy periodista comprometido; ellos lo fotografían y son mirones".

    Pero la charla dio para más: "Eran jóvenes, y yo sé que la juventud facilita equivocarse". Ahí tenemos una nueva categoría, según Anderson: "Periodista veterano = buen periodista"; "Periodista joven = mal periodista". Demasiado simple.

    Más cosas: "Además, a todos los que están detrás de una lente, ésta les distancia de la realidad y evita que se comporten como un ser humano compasivo". Este señor no sabe de lo que habla. El desconocimiento de la profesión de fotógrafo de la que hace gala es tan grave que provoca vergüenza ajena. Este hombre necesita conocer, ya, el trabajo de enormes fotoperiodistas. Ahí van unas recomendaciones: James Nachtwey, Paolo Pellegrin, Pep Bonet, Stanley Greene, Jon Lowenstein, Ron Haviv, Álvaro Ybarra Zavala... (algunos son veteranos; otros no llegan a los 30 años, para desasosiego del señor Anderson). Cuando conozca sus trabajos (hay muchos más nombres) tal vez encuentre un nuevo significado de la expresión "compromiso con un oficio".

    Dudo que Jon Lee Anderson fuera ejemplo de algo son su "intervención humanitaria": "No sé si finalmente sobrevivió" -confiesa. ¿A qué tanto despliegue solidario, pues? ¿Dónde está su compromiso?

    Pero, lo más grave de sus palabras, lo que traiciona su discurso es que quien acaba siendo el protagonista del relato no es el herido, sino él. Si Jon Lee Anderson quiere desahogarse de las miserias que vio en Haití, por favor, que lo haga con sus amigos o con su familia.

    Como lector u oyente, yo quiero conocer lo que le pasó a los haitianos, no lo que le ocurrió a él. No quiero un "Ministro de la Moralidad". Quiero reporteros que me cuenten las cosas.

    David, yo no estuve en la charla. Conozco a Jon Lee Anderson por su trabajo. Y me gusta. También lo consideraba un maestro. Empiezo a dudar. Sus palabras transmiten demasiados estereotipos, demasiados prejuicios, para un presunto maestro.

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  2. Enrique, no me he dado cuenta de lo malo que era mi post hasta que he leído tu comentario. Gracias por las apreciaciones; muchas las comparto, pero quizás las matizo. El ejemplo e Haití era un ejemplo para ilustrar el eje central de la charla, que no era otro que el reto de guardar la objetividad cubriedo conflictos, en este caso, catástrofes. Es cierto que, como todo consagrado, Anderson pecade cierta autocomplacencia. Supongo que es lógico,no sé. Pero no es menos cierto que se ha perdido algo del buen periodismo de antaño, aún cuando siga habiendo excepciones -a las que, com tú, me aferro con todas mis fuerzas para no perder la fe en esta profesión-. En las guerras, por ejemplo, es raro el periodista que va como freelance. Mi buen amigo Antonio Pampliega es uno de ellos, batiéndose el cobre en Kabul y, por ejemplo, ayer, a punto de caer en el atentado. De hecho, la imágenes que emite hoy La Sexta son suyas. Pero él es una de esas excepciones, porque lo normal es ir de la mano del ejército, tener tu escolta y, sólo por eso, uno termina autocensurándose. Si el ejército comete un error, el propio sentimiento de pertenencia al grupo, de corresponder la protección que te ofrecen, le hace a uno autocensurarse.
    La experiencia contada de Haití, entiendo, venía a ilustrar cómo en ocasiones el periodista se queda con la primera capa -la sangre- y no profundiza en los detalles.

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