Contra el oportunismo
Ayer crítiqué el oportunismo de miembros del PP cuando se presentaron a una manifestación como la del Sáhara, a pesar de que otros años no lo hubieran hecho. Al hilo precisamente de eso, una buena amiga sugirió que España es un país de oportunistas y, por ello, tenemos la clase política que merecemos. Es posible, no lo sé, pero de lo que no me cabe la menor duda es que esa idea no me llevará al desencanto, que deriva en conformismo; prefiero quedarme con el espíritu de todos los que recorrimos ayer las calles de Madrid, de los que creemos que aún somos suficientes como para poder cambiar esto... a pesar de la clase política, a pesar de los oportunistas... Y si no lo conseguimos, moriremos en el intento, pero habrá merecido la pena.
Un buen ejemplo al que aferrarse es la historia que contaba ayer en el diario Público. Cuando descubrí el proyecto que habían puesto en marcha Manuel Avilés, el director del Centro Penitenciario de Mallorca, y un payés de 70 años, Tolo, me quedé maravillado. Era un relato que merecía ser contado, porque son historias como esas las que nos llevarán a hacer de este mundo un sitio mejor. Conseguir arrancar, con apoyo de la Fundación Biodiversidad, un programa de formación para reclusos no es tarea sencilla y, además, con toda la utilidad de éste, menos aún.
La finca experimental que han puesto en marcha consigue enseñar al recluso un oficio con el que facilitar su reinserción; ayuda a que los días se hagan más cortos, trabajando con la naturaleza y al aire libre, fuera de los muros; aparta de los trapicheos y las drogas de los módulos -sí, lo sé, es un tema para tratar aparte-; y, además, crea un sistema de autoabastecimiento para la cárcel y recupera especies autóctonas. ¿Puede concebirse un proyecto mejor? La verdad es que sólo se me ocurre una manera: replicando éste al resto de los centros penitenciarios de España.
Gracias Manuel, gracias Tolo, por ese proyecto; por contribuir a crear ese movimiento silencioso que poco a poco habrá de comer terreno al reino de oportunistas, aprovechados y ruines que llevan demasiado tiempo dominando el mundo.
Un buen ejemplo al que aferrarse es la historia que contaba ayer en el diario Público. Cuando descubrí el proyecto que habían puesto en marcha Manuel Avilés, el director del Centro Penitenciario de Mallorca, y un payés de 70 años, Tolo, me quedé maravillado. Era un relato que merecía ser contado, porque son historias como esas las que nos llevarán a hacer de este mundo un sitio mejor. Conseguir arrancar, con apoyo de la Fundación Biodiversidad, un programa de formación para reclusos no es tarea sencilla y, además, con toda la utilidad de éste, menos aún.
La finca experimental que han puesto en marcha consigue enseñar al recluso un oficio con el que facilitar su reinserción; ayuda a que los días se hagan más cortos, trabajando con la naturaleza y al aire libre, fuera de los muros; aparta de los trapicheos y las drogas de los módulos -sí, lo sé, es un tema para tratar aparte-; y, además, crea un sistema de autoabastecimiento para la cárcel y recupera especies autóctonas. ¿Puede concebirse un proyecto mejor? La verdad es que sólo se me ocurre una manera: replicando éste al resto de los centros penitenciarios de España.
Gracias Manuel, gracias Tolo, por ese proyecto; por contribuir a crear ese movimiento silencioso que poco a poco habrá de comer terreno al reino de oportunistas, aprovechados y ruines que llevan demasiado tiempo dominando el mundo.
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