Túnez y la porquería bajo la alfombra

Anoche se conocía la cifra de muertos en las revueltas de Túnez: unos 78, la mayoría de ellos como consecuencia de la represión policial. ¿Ha sido un precio demasiado alto para conseguir echar al dictador Ben Ali? Es una reflexión que no ha de hacerse a la ligera, y quienes no han perdido a ningún ser querido se verán más capaces de resolver la siempre complicada ecuación excluyente entre libertad y vida.

Soy de la opinión de que sí, ha merecido la pena, aunque también considero que se podría haber evitado si la misma policía que desplegó tamaña brutalidad se hubiera parado dos veces a pensar que la revuelta estaba llamada a triunfar. Y ello a pesar de que el primer ministro, Mohamed Ghanuchi, se haya empeñado en cometer los que serán dos de los mayores errores de su vida: por un lado, mantener en el nuevo gobierno a algunos ministros del dictador Ben Alí y, por otro, prometer una aministía general. La buena noticia es que todos los presos políticos, la oposición del dictador, disfrutarán de la libertad; la mala, que los autores de tantos y tanto crímenes durante la dictadura y en el transcurso de las revueltas también quedarán impunes.

¿Les suena? Sí, recuerda, salvando las distancias, aquella amnistía que formó parte fundamental de la Transición española, que siempre hemos querido ensalzar como ejemplo universal. Sin embargo, el paso de los años y la madurez de nuestra Democracia -y lo que le queda, que aún está en la pubertad-, han evidenciado que meter la porquería bajo la alfombra no es solución; tarde o temprano termina saliendo, con un olor aún más pútrido que cuando se ocultó. Ojalá la revuelta de Túnez, aún cuando el precio sea caro, no desfallezca y llegue hasta el final, porque de este presente vendrá su futuro y no es tiempo de conformarse con poco.
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