La operación de los 100.000 zombis



La lobotomía, también conocida como leucotomía frontal, cumple 75 años. Se estima que en los años de su máximo apogeo, en la década de los 40, se realizaron 40.000 lobotomías en EEUU y unas 17.000 en Reino Unido. La intervención consistía en la destrucción total o parcial de las conexiones neuronales de los lóbulos frontales del cerebro y fue considerada como el mejor remedio para combatir trastornos psiquiátricos como esquizofrenias o depresiones.

Su invención se atribuye al portugués Antonio Egas Moniz en 1935, que terminó sus días en silla de ruedas después de que un paciente le disparase en una pierna. Moniz desarrolló junto a su colega Almeida Lima una técnica para el tratamiento de los trastornos psicóticos, por medio de la cual y tras perforar el cráneo del paciente, inyectaba alcohol como agente esclerótico en la materia blanca de los lóbulos frontales. Más adelante perfeccionaría la técnica diseñando un instrumento, el ‘leucotomo’, esto es, una especie de estilete hueco de acero con un alambre retráctil.

Sus primeros 20 pacientes sobrevivieron y en una segunda tanda de 18 enfermos, todos esquizofrénicos, el balance fue de tres pacientes prácticamente curados y otros dos con notables mejorías. Eso le bastó para asegurar que “la leucotomía frontal es una operación sencilla, siempre segura, que puede llegar a ser un tratamiento quirúrgico efectivo en determinados desórdenes mentales”.

Sería el norteamericano Walter Freeman quien, en 1936 depuraría aún más la técnica, alumbrando la lobotomía tal y como se conoce hoy. Freeman encontró un modo más sencillo de llegar al cerebro: el cirujano introducía un instrumento similar a un picahielos por encima del globo ocular, bajo el párpado, apoyándolo contra el tabique nasal, y con un martillo lo golpeaba hasta traspasar el cráneo, agitando el punzón de un lado a otro para después extraerlo.


Instrumental utilizado en lobotomías (Museo Glore Psychiatric)
El Henry Ford de la lobotomía 
Freeman consiguió desarrollar una ‘sencilla’ operación de apenas cinco minutos de duración que le llevó a realizar más de una decena por día. Su propia hija le bautizó como “el Henry Ford” de la lobotomía. Aunque inicialmente Freeman consideraba la operación como último recurso, no tardó en ejecutar las intervenciones en serie. El neurólogo se hizo famoso por recorrer EEUU en su ‘lobotomóvil’, visitando hospitales psiquiátricos y ‘lobotomizando’ a los internos con menos recursos. El periodista Jack Al-Hai, autor del El Lobotomista, que relata la vida de Freeman, llegó a documentar 3.400 lobotomías realizadas por el neurólogo, con hasta 25 intervenciones en un solo día.

Buena parte de su éxito vino para evitar la masificación de los hospitales norteamericanos tras la II Guerra Mundial; en 1946, la mitad de las camas en los hospitales estaban ocupadas por enfermos mentales. Ese mismo año, además, la revista Life consternaría a toda la nación con el reportaje Bedlam (Manicomio) en el que mostraba el lamentable estado de los psiquiátricos, con personas desnudas y atadas a los bancos. Sólo en 1949, en EEUU se realizaron cerca de 10.000 operaciones; incluso la prestigiosa Clínica Mayo sucumbió a la lobotomía.

Al otro lado del charco, en Reino Unido, sir Wylie McKissock evangelizaba con la técnica desde el hospital Atkinson Morley de Wimbledon. No tardó en recorrer todo el sur de Inglaterra, incluso en fines de semana, para realizar lobotomías en hospitales más pequeños. La técnica se extendió por Dundee, Gales del Norte y Bristol, y a principios de la década de los 40 ya se realizaban más de 1.000 intervenciones al año a pesar de la frontal oposición de los psicoanalistas.

Los efectos negativos de las operaciones serían tan evidentes, dejando a buena parte de los pacientes que sobrevivían a la intervención como ‘zombies’ andantes, que a mediados de la década de los 50 la lobotomía cayó en desuso –en la actualidad prohibida-, desplazada por el desarrollo de los primeros neurolépticos, como la clorpromazina.

Al-Hai asegura que “resulta imposible saber con certeza cuántos pacientes de los cerca de 100.000 ‘lobotomizados’ en todo el mundo aún siguen con vida, pues no existen registros con las identidades de los enfermos”. El periodista estima que, “como mucho, entre 100 y 300 enfermos, que serían los niños que fueron operados en las décadas de los 50 y 60”.

Walter Freeman durante una de sus intervenciones.
Un Nobel polémico 
 En 1949, Moniz recibiría el Nobel de Medicina por su invención de la lobotomía, si bien también se le atribuye haber realizado las primeras angiografías cerebrales, lo que permitió el diagnóstico de tumores y malformaciones vasculares. En todo caso, se trata de un premio que, en opinión de buena parte de la comunidad científica, se sitúa en la lista negra de reconocimientos que nunca debieron realizarse. Es el caso del neurocirujano británico Henry Marsh, que lamenta profundamente el éxito de esta intervención en el siglo pasado. “Hace 35 años”, explica Marsh, “cuando yo todavía era estudiante, tuve la oportunidad de trabajar como enfermero ayudante en varios hospitales psiquiátricos”. Durante aquel período, el neurocirujano trató con pacientes ‘lobotomizados’ 30 o 40 años antes: “era obvio que se encontraban en un estado lamentable, con significativos retardos en sus funciones cognitivas”.

Desde su punto de vista y apoyándose en “una valoración objetiva de los resultados, no podemos hablar de una buena práctica”, ni siquiera considerando que para muchos pacientes era mejor alternativa que pasar el resto de sus vidas en unos manicomios carcelarios. A finales de los años 60, un paciente de Freeman murió en la mesa de operaciones de hemorragia cerebral –no era la primera vez-. Esa fue su última intervención y en los últimos años de vida –murió en 1972-, el neurólogo recorrió más de 10.000 kilómetros por todo el país comprobando el estado de sus pacientes operados 30 años atrás, se dice, que para lavar su conciencia.


Anuncio de instrumental para lobotomías, años 40  (Bonker Institute)
Lobotomizadas ilustres 
Rosemary Kennedy. La rebeldía y los devaneos sexuales de la hermana del presidente JFK, hicieron que sus padres optaran por recurrir a los servicios de Freeman. Rosemary tenía 23 años (otoño de 1941), cuando se sometió a la lobotomía que reduciría su edad mental a la de un niño pequeño. Sería apartada de la escena pública, recluida en el convento de Santa Colette (Wisconsin). Murió en 2005 en el Memorial Hospital de Fort Atkinson (Wisconsin).

Eva Perón. Un informe publicado este mismo aña revela que Evita fue sometida a una lobotomía frontal en junio de 1952, poco antes de morir de cáncer de útero. El objetivo era calmar los fuertes dolores que padecía, según expone en el informe el médico argentino Fabián Cremaschi. Desde el Instituto Nacional Juan Perón no tardaron en declarar “absurdo supino” el estudio, asegurando que contradice documentos históricos.

(Reportaje en Público, diciembre de 2011)
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