El discurso de Bashar al Asad
de hoy -el cuarto desde que arrancaron las protestas en las calles de
Siria- no ha tenido desperdicio. Siguiendo la estrategia de adormecer a
la audiencia por espacio de casi dos horas, sobre todo cuando se ha
enzarzado en reflexiones sobre el arabismo, el presidente que dejó de
ser líder -otro más en la escena internacional- ha arremetido contra sus
enemigos que, prácticamente, son todos, del uno al otro confín, con
contadas excepciones.
En realidad, su hilo argumental ha cargado más contra los países
árabes que contra Occidente, aunque puestos a repartir, siempre hay para
todos. Y es que Al Asad ve en algunos países árabes intenciones más
agresivas para con Siria que, incluso, otros países occidentales, con
EEUU a la cabeza. Y ahí, ha plantado su frase lapidaria, una de esas
‘ideas-fuerza’ que Al Asad, educado en los mejores colegios de
Occidente, conoce muy bien: “los países árabes que dan consejos
sobre la Democracia son como los médicos que recomiendan dejar de fumar
mientras tiene un cigarrillo en la boca”.
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