El “odio” del titular de este post no es verbo, sino sustantivo,
que es precisamente lo que nunca fue Rajoy o, al menos, esa es la
impresión que siempre transmitió. Desde sus tiempos como ministro, y no
me refiero a Interior, sino a Educación, jamás se apareció a la opinión
pública como un tipo importante ni fundamental, mucho menos esencial. De
hecho, apuesto a que buena parte de los votantes del PP que aun hoy
defienden la reforma de Wert -de un modo que se escapa a la razón más
elemental- ni siquiera sabían que Rajoy anduvo en ese tinglado.
Rajoy nunca tuvo carisma ni fascinó lo más mínimo, más bien al
contrario, daba lástima. La culpa no era suya, sino de su propio
partido, puesto que las guerras intestinas del PP engullieron de un
bocado el escaso arrojo que alguna vez pudo mostrar el gallego. Las
luchas por acaparar poder y riqueza, los choques de egos y los
enfrentamientos de pelo engominado y bronceados de rayos uva llegaron a
hacer de Rajoy un pelele. No es que no sucediera lo mismo en otros
partidos como el PSOE, pero desde tiempos de González uno se ponía la
pana y tiraba de gracejo andaluz y disimulaba… a muchos siguen engañados
incluso hoy en día, cambiada la pana por chupas de cuero.
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