Chipre o la revolución

El corralito de Chipre requiere un análisis más profundo que el referido a sus efectos en las Bolsas europeas o una nueva crisis del euro. Este experimento, como ya ha sido bautizado, reclama una lectura social, una interpretación de qué supone y cómo se siente el pequeño ahorrador que verá cómo se rompen los tratados europeos y literalmente le robarán prácticamente el 7% de sus ahorros, esos que mantenía para una futura jubilación cuyas pensiones los Estados ya no garantizan.

Nikos Anastasiadis, el presidente chipriota, ha defendido la medida con una disyuntiva: o corralito o quiebra total... pues quiebra total, pero no robar a tus propios ciudadanos. Chipre vuelve a ser un buen ejemplo de cómo los ciudadanos pagan una crisis con la que no tienen nada que ver. En el caso de los depósitos inferiores a 100.000 euros, los ciudadanos que confiaron en el sistema, ven ahora cómo éste les apuñala por la espalda, les roba. Tan sencillo como eso, tan simple como un saqueo del Estado. No hay por qué adornarlo con tecnicismos de ingeniería económica.

Dicho de otro modo, ¿cómo no se van a generar eso que llama la casta política "anti-sistemas" si quienes confiaron en el sistema se ven ahora traicionados? José Carlos Díez recuerda esta mañana que el único país que hizo lo que ha sucedido este fin de semana en Chipre fue Rumania en la crisis de la deuda de los ochenta y Ceaucescu acabó ante el pelotón de fusilamiento. Aviso a navegantes.

Este mismo fin de semana, podíamos leer una magnífica entrevista de Henrique Mariño a Marcos Ana, en la que éste aseguraba que "dada la situación actual, hay que calentar la calle y crear las condiciones para una revuelta popular". Un corralito como el vivido en Chipre, podría ser la chispa definitiva. En España, Dolores de Cospedal ya se ha apresurado a negar tajantemente que pueda suceder algo parecido en nuestro país, pero y no hay garantías de nada... también dice que España no ha sido rescatada y olvida el crédito con contraprestaciones para salvar a la banca que gente como Rodrigo Rato arruinó impunemente.

Ya no hay garantías de nada, Bruselas ha roto la baraja. Corren tiempos nuevos y en la vieja Europa ya no hay dictaduras al uso, pero las hay de facto. España vive una, con más de medio centenar de decretos ley y la imposición sistemática de reformas que benefician a la élite, evitando el diálogo con el pueblo, con los agentes sociales o con la oposición. Y del mismo modo que el formato de dictadura ha evolucionado, lo mismo ha pasado con el golpe de Estado -la llegada del PP al poder, básicamente y por la sarta de mentiras e incumplimientos electorales, fue eso- y lo mismo sucederá con la revolución. Un corralito como el chipriota aplicado a España puede hacer explotar la violencia que hasta ahora el pueblo ha sabido contener y, entonces, los defensores de las políticas neoliberales pedirán a gritos el rescate, y no será ya el económico.
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