No puedo decir que me pillara por sorpresa, pero tras mi regreso a
España desde Londres, la bofetada emocional que arrea la cruda realidad
en la jeta es brutal. A pesar de haber estado en contacto con la
realidad española y, especialmente, con las personas más allegadas, al
escuchar de primera mano los testimonios de quienes peor lo están
pasando a uno se le encoge el corazón.
La primera en la frente: tras años de no toparme con un amigo de la
infancia, allí estaba, paseando en la calle con su hijo pequeño, camino
de la casa de los abuelos (donde ahora viven todos juntos), cabizbajo y
pensando qué nuevo curso hacer o qué otro carné de conducir sacar para
romper con los tres años de paro que día a día le hunden un poco más.
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