Algunos después de leer esta entrada seguramente me tachen de mal
gusto, pero lo harán sin reparar en que no soy yo el que tiene mal
gusto, sino esta puñetera realidad que nos presentan edulcorada o amarga
a conveniencia del que la pinta. Y es que cada vez que veo no sólo la campaña de los cartelitos, sino el ruido mediático y, sobre todo, institucional que se ha generado con el secuestro de las niñas en Nigeria se me revuelve el estómago.
Esta sensación tan desagradable emana de los efluvios de hipocresía y doble rasero
que veo en buena parte de estos gestos. Ya no es sólo que a uno le dé
por pensar que ojalá que a la primera dama (sí, en minúsculas) le haya
dado por algo más que colgarse un cartelito, sino que inconscientemente
piensa en todos los demás que la siguieron... como si se comieran un plátano y todos fuéramos macacos.
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