Bochorno. Asco. Rabia. Vergüenza. La lista de sentimientos que
provocó en mí el encuentro del Partido Popular Europeo (PPE) es
interminable y todos están ligados a la naúsea. Jamás me habría figurado
que la única que no me revolvió el estómago fuera Angela Merkel que,
precisamente, fue la única que no aplaudió el discurso xenófobo del primer ministro de Hungría, Viktor Orban.
Todos
y cada uno de los que sí aplaudieron a Orban, incluido nuestro
presidente del Gobierno, me parecen malas personas. Que estén dejando que miles de refugiados duerman en el fango, a temperaturas bajo cero,
ya decía muy poco de ellos, muy poco, pero que además hagan alarde de
su propia xenofobia mientras viajan en jets privados y viven a todo tren
a costa de sus ciudadanos es tremendo. Y lo es que porque genera
violencia.
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