Después del modo en que la Unión Europea (UE) ha abordado la crisis
de refugiados que, en gran medida, ella misma generó, ha perdido toda
legitimidad para reclamar la defensa de los Derechos Humanos (DDHH).
Otorgarle alguna credibilidad cuando lo hace, sería como pensar que es
buena idea que un yonki sea el encargado de gestionar la farmacia de un hospital.
Este
'club selecto' ya había demostrado su nula compasión con los colectivos
más desfavorecidos cuando desplegó sus políticas de austeridad,
cuando sus hombres de negro miraron a otro lado mientras el pueblo
buscaba comida en los contenedores y ellos seguían con sus hojas de
cálculo.
Por este motivo, que ahora lleve al Parlamento Europeo una resolución para la liberación
de los presos políticos, un referéndum revocatorio y reformas
económicas urgentes en Venezuela huele a chamusquina. El hedor que
desprende a estrategia política se extiende por los cuatro costados de
Europa. Y no sorprende, porque el bipartidismo (PP y PSOE) y la
nueva derecha española (C's) no son los únicos acongojados con el
ascenso de la coalición de izquierdas (Unidos Podemos).
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