La mujer a la que debes que funcione tu teléfono móvil

Barbara Liskov en 2010 - Kenneth C. Zirkel - Own work, CC BY-SA 3.0
A nadie se escapa que la mujer también ha sido históricamente invisibilizada en la Ciencia. Lo veíamos recientemente, con el fallecimiento de la gran Margarita Salas. Precisamente por eso, hoy queremos rescatar a otra de las grandes olvidadas: Barbara Liskov. En plena dictadura del big data y el monopolio del algoritmo, son pocas las personas que recuerdan el papel que ha jugado Liskov en esta nueva era, a pesar de haber ganado el Premio Turing en 2008.

Esta doctora en Ciencias de la Computación por la Universidad de Stanford (1968) –la primera mujer en EEUU que lo consiguió-, se convirtió en una pionera, partiendo prácticamente de cero. Su formación en Matemáticas por la Universidad de California en Berkeley supuso un cambio en el modo de abordar la problemática de la programación: en lugar de concebirlo como un problema técnico, lo vio como un problema matemático. De esa manera buscaba darle un sentido mayor y, al mismo tiempo, controlarlo mucho mejor.

Antes de dar este giro, el código informático estaba plagado de instrucciones 'goto' (ir a) que redirigían a otra parte del programa cuando se cumple una determinada condición. Liskov cambió esto. Siendo una joven profesora en el MIT, desarrolló junto a su equipo CLU. Se trataba de primer leguaje de programación que no utilizaba instrucciones 'goto'. A día de hoy, se considera el origen de otros lenguajes modernos como C, C+ o Java (ejecutado por 3.000 millones de teléfonos móviles en todo el mundo y el 97% de los ordenadores).

Ahora, la revista Quanta Magazine recupera el papel protagonista de esta incansable investigadora, pionera también en el desarrollo de la Inteligencia Artificial, de la que indica que no es una disciplina, sino una aplicación. La carrera de Liskov, como la de cualquier mujer que se ha abierto paso en la Ciencia –que es el espacio que nos ocupa- estuvo repleta de obstáculos desde el pistoletazo de salida.

De hecho, cuando estudiaba en Berkeley, era la única mujer en una clase de 100 alumnos y cuando se graduó recuerda cómo nadie le ofreció un trabajo, mientras sus colegas hombres accedían sin problema a cargos académicos. Sería Fernando Corbató, hijo de la californiana Charlotte Jensen y del español Hermenegildo Corbató (Villareal), quien le daría su primera oportunidad en el MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts, por sus siglas en inglés) en 1971.

Según explica, si en los 10 años anteriores a que ella fuera jefa de Computación en el MIT, el departamento únicamente contrató a una mujer, mientras ella estuvo al frente entre 2001 y 2004 contrató a siete mujeres, a las que califica de excepcionales. En ese sentido, la experta lamenta que “las cosas realmente no son mucho mejores ahora de lo que eran entonces”.

Regular internet

Durante la entrevista mantenida con este medio, Liskov se muestra pesimista con el escenario actual que se ha propiciado en internet, hasta el punto de asegurar que “si tuviera una varita mágica, haría que todo desapareciera”. Recuerda la década de los 80, cuando apenas 15 universidades y un par de laboratorios del gobierno de EEUU estaban conectados a internet. Nadie reprimía su desarrollo y el mantra que imperaba era que cada individuo debía ser responsable de su propio contenido, y no los sitios.

En su opinión, esa actitud antirreprevisa y de autorregulación es la que ha derivado en la actual situación, donde las paparruchas (fake news) ponen y quitan gobiernos y hacen subir a la extrema-derecha. Aunque es verdad que Liskov reclama una legislación más precisa –que no tiene por qué ser tan intrusiva como el recientemente aprobado en España Decretazo Digital-, no es menos cierta que la experta también hace descansar en la tecnología parte de la solución. Según indica, “Facebook tiene un algoritmo sobre la manera en difunde la información. Podría difundir esas informaciones más lentamente o reconocer cuáles no debería moverse” por ser falsas, meros bulos interesados. No parece existir gran interés en hacerlo. Eso tampoco ha cambiado.
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