Boicot al MWC

La celebración del Mobile World Congress (MWC) de Barcelona pende de un hilo. El próximo viernes podría decidirse su cancelación, lo que cada vez parece más una cuestión económica que sanitaria. Alrededor de la sucesiva caída de empresas expositoras gira un conjunto de contradicciones que se dan de bruces unas con otras, llegando a plantear dos realidades: o las cancelaciones no tienen justificación real o, si la tienen, España tiene motivos para preocuparse.

Imaginen la escena: operarios con mascarilla montando los expositores en la Fira de Barcelona mientras todo el mundo en la calle camina al descubierto, ajeno a una infección. Estas dos realidades que colisionan son solo un ejemplo de lo que está sucediendo con las cancelaciones del MWC. A las bajas ya conocidas de LG, Ericsson, Nvidia, Amazon, Sony, NTT DoCoMo, Intel, Umidigi, MediaTek, InterDigital o Amdocs se sumaron ayer otras de mucho peso: Cisco, Facebook, Intel, AT&T, Sprint, Vivo y Rakuten. Cerca de una treintena de empresas de un total de 2.800 expositores que estaban previstos. De nuevo y a pesar del peso tecnológico de las caídas, una nueva contradicción: el porcentaje de cancelaciones continúa siendo bajo (15% del espacio total).

La política llevada a cabo por parte de la GSMA, organizadora del evento, para tranquilizar a los expositores no ayuda. En el recinto de la Fira de Barcelona se llevarán a cabo controles de temperatura, se prohibirá estrechar la mano o pasarse los móviles de unas manos a otras. Dicho de otro modo, se pierde la esencia de una feria en la que todavía se presentan novedades y se aprecian sus bondades tocando los dispositivos, utilizándolos; en la que se cierran grandes negocios con reuniones personales, en las que las rondas de contactos son básicas.

Mientras, ¿alguien cree que si hubiera riesgo de contagio real esas medidas que, en realidad, boicotean la esencia del evento, pueden frenar una enfermedad que se transmite por vía aérea y por contacto con objetos que hayan sido tocados por una personas infectada, desde pasamanos a botones de ascensor, etc.? ¿Tiene sentido trasladar al imaginario que la Fira será una burbuja sellada contra el coronavirus mientras en los aeropuertos españoles, a diferencia de otros países, no se practican controles? Parece más lógico confiar en alguien de la solvencia de Fernando Simón, director del Centro de Coordinación y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad, que ya mostró su buen hacer con los casos de ébola que vivió España hace años.

Quizás el exceso de celo en algunas de estas medidas y el modo en que entran en contradicción con el resto de realidades no ha hecho más que amplificar el contagio de cancelaciones. La GSMA ha contribuido decisivamente al boicot del MWC que, a buen seguro, continuará registrando bajas. ¿Por qué? Porque hemos alcanzado un punto en el que apearse de la feria es tendencia, impregna una pátina de prestigio a quien lo hace. No abandonar el barco, puede llegar a sugerir dependencia, sino desesperación, por no perder el negocio potencial derivado del MWC. Absurdo.

Seguramente, de aquí al viernes las negociaciones en los despachos serán frenéticas. En caso de cancelación, las indemnizaciones a las que se enfrenta la GSMA son multimillonarias, desde las que tiene que pagar a las empresas expositoras a las que ha de abonar a la Fira de Barcelona. Ni siquiera está claro si con que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declare el estado de "pandemia mundial" basta para que el peso de esas indemnizaciones recaiga en las aseguradoras. Hay voces que aseguran que la Generalitat o el Ayuntamiento deberían declarar abiertamente la alerta sanitaria para que eso sucediera, lo que podría tener un efecto muy pernicioso para el resto del turismo en la ciudad.

Si no entran en juego las aseguradoras, la GSMA se enfrenta a un riesgo de quiebra de tomo y lomo, mientras en Barcelona ya andan echando cuentas de la pérdida de ingresos que traía consigo el MWC (casi 500 millones de euros), así como los 14.000 trabajos temporales, trufados de precariedad, que generaba. Un despropósito que confirma el peso de la globalidad en todos los ámbitos y, cómo vemos, no precisamente para bien.
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