Pablo Iglesias, el politólogo miope


Pablo Iglesias (UP) dimitió ayer de todos sus cargos, abandonando la vida política institucional. "No contribuyo a sumar", justificó su marcha, como si la campaña electoral en Madrid hubiera servido para abrirle los ojos en ese sentido. No, cualquiera con un mínimo conocimiento de la realidad política nacional sabía, antes incluso de que Iglesias se postulara como candidato, que el exvicepresidente movilizaría mucho más a la derecha que a la izquierda.

Iglesias lleva demasiado tiempo miope, sino ciego, en lo que a lecturas políticas se refiere. No se puede negar que él fue parte esencial del ascenso a lo más alto de Podemos, posteriormente Unidas Podemos. Y digo parte porque, aunque encabezó el plantel, los logros fueron parte de un equipo del que ya no queda nada. Hace ya demasiado tiempo que en cualquier elección, ya sean locales, autonómicas, nacionales o europeas, UP sufre un descalabro o, en el mejor de los casos, se mantiene más bien plano. Durante toda esa andadura, además, la formación ha perdido anclaje autonómico, perdiendo visibilidad.

Lo que ha sucedido en las elecciones de Madrid se veía venir. No hacía falta ser un politólogo experto para saber que la desafección, incluso el odio, que genera Iglesias movilizaría más votos en su contra que a su favor. Así ha sido; pese al crecimiento de UP en tres escaños, haberse visto superado por el neofascismo de Vox es un duro golpe, cómo el PP ha triplicado a UP en Villa de Vallecas es una puntilla dura de encajar.

La justificación de Iglesias anoche para dimitir sugiere que este fracaso le ha cogido por sorpresa. El ego, quizás, volvió a cegarlo, porque fuimos muchos los que advertimos de lo que sucedería. La situación que describió ayer el candidato de UP ya se daba antes de ser candidato. No es que no lo viera, es que no lo quiso ver, prefirió pensar que su figura podría con ello. Mientras él no lo veía, Mónica García (Más Madrid) sí lo vio, rechazando ir en una lista conjunta. Tras los dos años como lideresa de la oposición de facto, García no quería que el paracaidista de UP eclipasara su figura porque, además, vio lo contraproducente que sería. Gracias a su lectura política, la que Iglesias no tuvo, Más Madrid no se ha hundido con Podemos y, ahora sí, lidera la oposición de facto y de iure.

Tras la marcha de Iglesias, queda ahora un mal sabor de boca, un regusto a falta de honestidad y a escaso espíritu de sacrificio, aunque se quiera revestir de lo contrario. Lo mínimo que se podía pedir a Iglesias es que al menos aguantara en la oposición, se remangara y demostrara si es o no capaz de parar al fascismo en la Asamblea de Madrid. Ha preferido no hacerlo, sirviendo en bandeja a la derecha las acusaciones que lleva tiempo vertiendo contra él: ya es casta y lo de remangarse ya no va con él. La manera de combatir eso era quedarse. No lo ha hecho y aún fuera, su fantasma perseguirá y lastrará a UP durante mucho tiempo, pese a la ilusionante Yolanda Díaz.

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