El capitalismo aspira a refundarse con las criptomonedas

 


Esta misma semana conocíamos la noticia de que El Salvador adoptaba el bitcoin como moneda legal, protagonizando una polémica puesta en marcha y el posterior desplome de esta criptomoneda. A pesar de haberse resistido en un primer momento, cada vez más países tienen en su punto de mira las criptomonedas y estudian la posibilidad tanto de crear su propia divisa digital como de desarrollar plataformas de intercambio de transacciones. Parecen haber entendido al fin que no se trataba de un fenómeno ni residual ni pasajero y, asumido esto, quieren ahora subirse al carro e, incluso, llevar las riendas.

Las primeras experiencias las encontramos fundamentalmente en Asia. Singapur se encuentra desarrollando su Proyecto Ubin, contando ya con cinco años de pruebas. Concebido como un proyecto de colaboración con el sector privado (JP Morgan y Temasek) para explorar el uso de tecnologías blockchain y DLT (Distributed Ledger Technology), la autoridad monetaria del país confía en que el prototipo desarrollado de esta red de pagos pueda servir, incluso, a otros bancos centrales y al sector financiero para desarrollar la infraestructura de pagos transfronterizos de próxima generación.

China es el otro gran ejemplo asiático, si bien es verdad que por la opacidad de su gobierno se conocen mucho menos los detalles. Pekín lleva más de una década trabajando en su yuan digital y en más de 3.000 cajeros de la capital es posible sacar efectivo a partir de la conversión de los yuanes digitales.

En Europa contamos con el Swiss Trust Chain, en cuyo desarrollo se involucró el MIT (Massachusetts Institute of Technology). En este caso, se trata de una infraestructura calificada como “altamente segura” para aplicaciones blockchain, habiéndose convertido en uno de los pocos proveedores de servicios Hyperledger certificados en el mundo (el proyecto colaborativo de código abierto para desarrollar todo lo necesario para utilizar aplicaciones blockchain en el ámbito empresarial). Las aplicaciones comerciales alrededor de esta plataforma aún se están desarrollando, pero ha generado un gran interés.

En este contexto, surgen cuestiones alrededor de estas iniciativas, de estas ‘cadenas de confianza’, especialmente considerando que las pretensiones de algunos países comienza a ser generar en torno a ellas una economía mundial distribuida. Sobre el papel, las transacciones financieras, el comercio mismo, serían más baratos con las divisas digitales, algo que no se le ha escapado ni al sector financiero ni a los Estados, tal y como ya lo reveló el Bank for International Settlements en un informe a principios de año, en el que indicaba que el 86% de los bancos centrales encuestados está explorando la posibilidad de emitir su propia criptomoneda.

La primera de estas cuestiones a resolver son los estándares y, en este sentido, EEUU y la Unión Europea (UE) tienen ante sí el reto de que Oriente no les coma la tostada. En la actualidad, tanto EEUU como la UE marcan el ritmo de la práctica totalidad de los sistemas financieros del mundo, pero este poder se podría ver drásticamente menguado si terminan imponiéndose las divisas digitales de otros países, llevando la voz cantante en estas cadenas de confianza de intercambios. Hablamos, pues, de una cuestión de estrategia geopolítica.

Por eso no sorprende que se escuchen cada vez más voces reclamando una suerte de nuevo Breton Woods, la conferencia tras la II Guerra Mundial en la que se vino a refundar el capitalismo, de la que surgirían el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial y que, claramente, estuvo dominada por EEUU. Este Breton Woods digital vendría a crear la gobernanza, los estándares y la interoperabilidad, así como el modo de proceder en casos de disputas. Sin embargo y dadas las continuas tensiones entre Occidente y Orientes, ¿es viable? ¿Se cobrará Oriente la revancha? ¿Es realmente posible desarrollar una economía mundial estable e inclusiva en torno a las cadenas de confianza y las criptomonedas? Son cuestiones de compleja respuesta pero que, siendo realistas, no llaman especialmente al optimismo.

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