Cómo hacer sostenible la explosión de datos

 


Vivimos en la era de los datos. Es un hecho. Generamos una gran cantidad de información y desinformación, de contenido que se almacena en unas magnitudes tan colosales que un siglo atrás, simplemente, eran inimaginables. Cada día en todo el mundo, generamos 500 millones de tuits, casi 295.000 millones de correos electrónicos, 4 millones de gigabytes de datos de Facebook, 65.000 millones de mensajes de WhatsApp y 720.000 horas de contenido nuevo subido a YouTube. Cada día. Esa es la locura de datos que diariamente se almacena en la nube que, en realidad, son centros de datos físicos. La gran pregunta es inevitable: ¿es sostenible?

Corría el año 2018 cuando la consultora IDC, en uno de sus informes Global DataSphere indicaba que de los 33 ZB de datos a nivel global almacenados entonces saltaríamos a 175 ZB en 2025, creciendo a un ritmo interanual del 61%. La propia consultora tuvo que corregir el dato que había ofrecido un año antes, subiéndolo nueve puntos porcentuales. Vayamos por partes. ¿Qué es un ZB (zettabyte). Pues imaginen una magnitud a la que están más habituados, como el MB (megabyte) y añádanle 15 ceros más:

  • Kilobyte: 1000 bytes
  • Megabyte: 1.000.000 bytes
  • Gigabyte: 1.000.000.000 bytes
  • Terabyte: 1.000.000.000.000 bytes
  • Petabyte: 1.000.000.000.000.000 bytes
  • Exabyte: 1.000.000.000.000.000.000 bytes
  • Zettabyte: 1.000.000.000.000.000.000.000 bytes

Para tomar una mayor conciencia de la dimensión, consideremos lo que podemos almacenar en las siguientes magnitudes:

  • 1 GB: alrededor de 900 libros, unas 1.024 canciones.
  • 1 TB: más de 920.000 libros de más de 500 páginas cada uno o 300 horas de vídeo.
  • 1 ZB: 281 billones de archivos de música en formato MP3.

Asimiladas estas magnitudes, toca reflexionar en dónde se almacena buena parte de esa información. Lo hace en los grandes centros de datos de hiperescala, la nube pública, con más de 5.000 servidores en todo el mundo de los cuales prácticamente un 40% se encuentra en EEUU. El debate no es nuevo, en absoluto, pero pensar que lo digital es sinónimo de sostenibilidad no es rigurosamente acertado.

Almacenar toda esta información requiere de un gran consumo de energía, tanto para hacer funcionar los servidores como para refrigerarlos, pues desprenden tanto calor que si no se enfriaran sus circuitos se achicharrarían literalmente. El resultado es que, según algunas estimaciones, un solo correo electrónico de texto, sin ni siquiera formato y adjuntos, genera unos 4 gramos de CO2. Y sí, aunque quizás no lo habían pensado, viajar con carga también penaliza a un correo electrónico, que de incluir imágenes puede llegar a generar hasta 50 gramos de CO2.

Más allá de la opción de recurrir a energías renovables, las tecnologías empleadas hasta la fecha no terminan de convencer dado el volumen de información descrito. Volver al almacenamiento en soporte magnético parece inviable, primero por su propia huella de carbono que incluye fabricación, transporte o almacenamiento; segundo, por la pérdida de inmediatez a la hora de acceder a la información.

La refrigeración con agua se ha planteado como alternativa, pero todavía son sistemas complicados de adaptar y, además, cada vez el agua es un bien más escaso. Quizás por eso algunas empresas se plantean proyectos casi de ciencia ficción, como es el caso de Microsoft, que en 2018 planteó su Proyecto Natick que consistía en sumergir un centro de datos a más de 35 metros de profundidad en el océano Pacífico. Imaginen la complejidad cada vez que hubiera que bajar a resolver algún problema técnico.

 ¿Y la luna? Ahora que vuelve a cobrar interés el satélite e, incluso, Nokia ya se ha hecho con un contrato de la NASA para desplegar una red 4G en la luna para 2024 (un contrato de 11.94 millones de euros). ¿Sería posible? Sería necesario construir bajo tierra los centros de datos, porque si bien es cierto que en el lado oscuro del satélite la temperatura desciende hasta los 230ºC bajo cero, cuando asoma el sol se dispara a los 120ºC. En caso de conseguirlo, el problema sería la latencia porque, lógicamente, no es lo mismo transmitir la voz entre los astronautas y la Tierra que realizar transferencias de volúmenes de datos; sencillamente, se acabaría la inmediatez en el acceso.

En los últimos tiempos, se está abordando el problema con nuevos enfoques. ¿Y si el planteamiento es aprovechar el calor que generan estos centros de datos? ¿Es posible? Es posible y, de hecho, existe un proyecto en Londres que lo puede cambiar todo, incluido el grave problema de la mal llamada “pobreza energética” –que es pobreza, sin calificativos que la maquillen-. Aprovechando el calor residual de la red de metro de Londres, en el barrio de Islington se está proporcionando calefacción y agua a caliente a más de 1.350 hogares, una escuela y dos centros de ocio. El proyecto bautizado como Centro de Energía Bunhill 2 y ubicado en una estación abandonada es pionero en el mundo y puede marcar el camino para otras muchas ciudades que deseen mejorar la calidad de su aire y su ciudadanía.

El proyecto es muy prometedor se mire desde la óptica que se mire: no sólo es capaz, además, de generar electricidad más barata y ecológica para alimentar a la red de metro de Londres y a un bloque de pisos adyacente, sino que incluso su ventilador de dos metros instalado en un conducto de ventilación del túnel subterráneo se puede invertir para ayudar a enfriar el metro en los meses de verano.

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