La Internacional fascista

 

Agustín Marcarian / Reuters

Seguramente no fuimos pocas las personas a las que este fin de semana se nos heló la sangre al ver a nuestro jefe de Estado, Felipe VI, sonriente y afable con el nuevo presidente de Argentina, el populista ultraconservador Javier Milei, defensor de la dictadura de Jorge Rafael Videla. Asistimos a un nuevo ascenso de la extrema derecha en esta suerte Internacional del fascismo ante la que pensadores como William I. Robinson ya reclaman una Quinta Internacional que movilice tanto a organizaciones y partidos políticos de izquierda como a los movimientos sociales.

La toma de posesión de Milei ha vuelto a agitar los fantasmas de una de las peores lacras sufridas por la humanidad en el siglo XX. Tal y como escribe Robinson en su último libro, Mano Dura (errata naturae), “la creciente influencia, en todo el mundo, de partidos y movimientos neofascistas, autoritarios y populistas de derechas, simbolizada sobre todo por el trumpismo de EEUU, ha prendido la mecha del debate sobre si el fascismo está de nuevo en auge”. Y el inicio de la presidencia de Milei fue un perfecto muestrario que lo confirma: desde mensajes trumpistas, a populismo y deslegitimación de las instituciones, del mismo Estado.

Mano dura analiza el capitalismo global y sus crisis estructurales mundiales, que abren la posibilidad de un cambio sistémico que están sabiendo aprovechar los neofascismos. Robinson distingue entre las crisis cíclicas o recesiones, que se producen cada diez años y suelen durar unos 18 meses, y las crisis estructurales, que llegan cada 40 o 50 años y cuya salida es acometer una reestructuración.

Tal y como explica el autor, las nuevas tecnologías han jugado un papel esencial en este reinvención del capitalismo: favoreció la globalización en la década de los 80 y está favoreciendo ahora, no sólo la automatización de procesos –que implica desempleo- y la extensión del precariado con la mal llamada ‘economía colaborativa’ y la uberización, sino también reprimiendo los efectos de la trituradora social que puede llegar a ser el capitalismo. Según expone Robinson, “la digitalización y el big data le allanan el camino al ‘capitalismo de vigilancia’”.

Podría decirse que el capitalismo se ha pasado de frenada: está dejando demasiada gente atrás, esa población excedente expulsada de la economía productiva. ¿Cómo hacer frente a esa inmensa población? Con una suerte de Estado policial global, explica el autor, que oficiosamente ha declarado la guerra la migrante, al sinhogarismo, a las personas pobres… En California, relata Mano Dura, hay 592 leyes que prohíben a las personas sin hogar llevada a cabo actividades como estar de pie, sentarse, descansar, dormir, acampar, mendigar o compartir comida en espacios públicos. No hace falta cruzar el Atlántico, aquí en España ya contamos con ayuntamientos que multan a las personas sin hogar si cogen comida de los contenedores de basura.

La guerra contra las personas migrantes es otra de las abiertas, a pesar de que es el propio capitalismo quien está generando estos movimientos humanos. Si en 1960 había 75 millones de trabajadores y trabajadoras migrantes en el mundo, en 1980 ya eran 100 millones y en 2014 232 millones. La falta de empleo, las guerras, la represión política o los efectos del cambio climático propician esta escalada de la migración.

El capitalismo ha incumplido la máxima de Gramsci que expone que una clase logra la hegemonía en la medida en que es capaz de presentar sus propios intereses como el interés general de la sociedad. Y eso es, en cambio, lo que está haciendo esa suerte de Internacional neofascista con los Trump, Bolsonaro, Orban, Wilders o Milei, a pesar de que son más neoliberalismo en vena. Robinson nos recuerda que, como ocurrió en EEUU con Trump, al llegar al poder Bolsonaro propuso la privatización y desregulación indiscriminada de la economía… como ahora Milei, mientras los capitalistas salivan ante las nuevas oportunidades de inversión.

Es en ese contexto en el que Robinson aboga por que la izquierda mundial renueve con urgencia un proyecto revolucionario y un plan para refundar el Estado, haciéndolo por encima de las fronteras y con una perspectiva de socialismo ecologista (ecosocialismo). Tal y como destaca el pensador, “un mes antes de su prematura muerte [2018], el economista político Samir Amir instaba al establecimiento de una Quinta Internacional global”. Una Quinta Internacional que, desde mi punto de vista, no debería olvidar al Sur Global, porque éste va a jugar un papel fundamental en lo que nos depare el futuro.

Mano dura expone con crudeza la depredación y la depravación del capitalismo, pero también abre la puerta a esa nueva Internacional que plantee “un modelo de lucha revolucionaria en el que los movimientos sociales desde abajo disfrutan de una autonomía completa respecto a los partidos políticos y los Estados”. Hay margen de mejora, y mucho si no se replican las prácticas capitalistas porque, como nos recuerda Robinson, “si la izquierda trata de controlar o frenar la movilización de masas y los movimientos sociales autónomos desde abajo, si reprime las demandas de las masas populares en aras de la ‘gobernanza’, el pragmatismo o las estrategias electorales, estará traicionando lo que significa ser la izquierda”. ¿Les suena de algo?

(Artículo en Público)

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