Sinvergüenzas

 Manuel Bruque / EFE

El caso Koldo ha hecho mucho más que sacar a la luz otro presunto caso de corrupción de comisionistas despiadados que sacan tajada de las desgracias. La trama de mascarillas ha dejado al descubierto prácticas habituales en nuestro escenario político que, pese a su injustificable implantación, han terminado normalizándose. Lo contó este fin de semana en televisión el exministro socialista José Luis Ábalos y lo hizo con la naturalidad y el descaro de quien da por hecho demasiadas cosas.

La sobreactuación del PP en este caso, con el resto de grupos de la izquierda de teloneros, está contribuyendo a desviar la atención sobre algunos hechos destapados que merecen análisis, crítica y debida penalización. Si lamentable fue que Ábalos diera las primeras explicaciones públicas tarde y cobrando en un programa de televisión al que acude como tertuliano, no lo es menos su reincidencia en este proceder, rehuyendo el espacio natural en el que debería dar las oportunas explicaciones políticas: el Congreso.

En este reiterado desacierto, es pasmosa la naturalizad con la que reconoce la práctica del enchufismo con dinero público. El ascenso meteórico de Koldo García así lo ilustra. Durante la entrevista del pasado sábado, Ábalos no sólo admitió que en pago por su entrega como chófer decidió nombrarlo asesor –algo ya cuestionable-, sino que además lo nombró consejero en Renfe Mercancías y vocal de Puertos del Estado.

Lo más sorprendente e indignante no es este nombramiento, que ya era conocido desde hace años, sino la naturalidad con que afirmó que esa es la costumbre: convertir a los asesores en consejeros de entidades y empresas públicas. Si los caminos para llegar a ser asesor están llenos de atajos, la conversión en consejero de empresas como Renfe, ADIF, Puertos del Estado, etc. es pura transmutación, independientemente de la preparación previa para el cargo. Este automatismo a la hora de nombrar consejeros –a los que se paga dietas y por reunión a la que asisten- no pareció llamar la atención del entrevistador, que encajó su asunción con la misma normalidad con que se formuló.

Sin embargo, de normal no tiene absolutamente nada, como el hecho de que Ábalos también contratara a la mujer de García como secretaria del Ministerio de Transportes para facilitar el hecho de que se la familia se mudaba de Navarra a Madrid. El exministro restó importancia a este hecho, indicando que ese puesto cobra entre 1.200 y 1.400 euros. Definitivamente, la brújula moral de Ábalos ha perdido el norte; ha caminado demasiado tiempo por el campo electromagnético de las canonjías políticas.

Este es el motivo por el que él mismo se cree, como afirma, que “yo no he hecho nada”. No ha hecho nada, efectivamente, para evitar que se produzca este caso de corrupción y, al mismo tiempo, lo ha hecho casi todo. Él le aró el campo a García, se lo sembró y se lo regó dándole vía libre a contactos empresariales y políticos a los que no debiera haber tenido acceso, mirando para otro lado cuando su asesor hacía y deshacía a su antojo para arrimar el ascua a su sardina. Cuando ahora Ábalos intenta cerrar la puerta que sus propios colegas le han abierto de par en par alegando que si fuera ministro dimitiría, pero que siendo diputado raso no hay motivo, vuelve a evidenciar su código ético, incompatible con el servicio público. Ya no es el come-marrones que fue para Pedro Sánchez, para eso ya tiene a Marlaska.

El caso Koldo en sí cada día me importa menos y dirijo más la mirada a ese cúmulo de malas prácticas que empobrecen la gestión pública y que no sólo da por hecho Ábalos, sino el resto de la clase política que pasa por alto que al ya de por sí cuestionable cargo de asesor se le asigne automáticamente el de consejero de un ente público. El hecho de que durante la entrevista Ábalos se colgara la medalla de “héroe” por dedicarse a la política es una muestra más de lo sinvergüenza que se puede llegar a ser. No es el único, dentro y fuera del PSOE, pues sus prácticas llevan años realizándose a la vista de todas y todos.

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