La necesidad de la perspectiva de género en el software

 

No es la primera vez que en kosTICa abordamos la necesidad de que en el mundo de las Tecnologías de la Información se adopte una perspectiva de género de una vez por todas. En su día tratamos cómo los equipos diversos constituyen una de las mejores recetas para reducir los sesgos de la Inteligencia Artificial o cómo el desarrollo de la ciberseguridad precisa de tener más en cuenta las singulares amenazas que sufren las mujeres. En este último sentido abordamos el artículo de hoy, en la urgencia de que el desarrollo de software adopte una perspectiva de género.

En los últimos años se ha venido otorgando más importancia a la experiencia de usuario y usuaria, sintetizado en el acrónimo UX (User eXperience) utilizando su terminología en inglés. Una de las cuestiones que debería plantear este enfoque es si el software está desarrollado mayoritariamente por y para hombres. A fin de cuentas, todavía a día de hoy entre el 70% y el 80% de las personas que trabajan en ingeniería de software continúan siendo hombres.

Se han publicado diversos estudios en los que se plantean teorías sobre si hombres y mujeres procesan de manera distinta la información, atribuyéndoles a ellas un procesamiento más holístico, mientras que a ellos uno más selectivo. Otros, en cambio, rechazan que existan diferencias sustanciales en cómo hombres y mujeres perciben su experiencia de usuario o usuaria. Sin embargo, la perspectiva de género trasciende incluso a esas teorías, rechazando de pleno que el software se desarrolle con talla única, como dicen los anglosajones, o con el café para todos (y no todas), que decimos por estos lares. Por norma general, las necesidades de los usuarios y usuarias tienden a ser mejor cubiertas por el software cuando sus características coinciden con las de quienes lo han desarrollado.

Para entender este argumento es interesante repasar experiencias reales. Una de ella nos lleva a Fitbit, compañía que saltaría al mercado en 2007 convirtiéndose en pionera en la fabricación de pulseras de actividad (lo que en su día se llamó wearables). Terminaría siendo adquirida por Google en 2019 por 2.100 millones de dólares. Cuando Fitbit desarrolló inicialmente su producto, adoleció de una falta de perspectiva de género que acabó por obligarle a rediseñarlo. Lo que hoy nos parece una perogrullada fue un fiasco entonces: ¿cómo es posible desarrollar un dispositivo para ayudar a las personas a realizar un seguimiento de su actividad física, salud y bienestar y no contemplar que las mujeres menstrúan o que al ser madres pueden optar por la lactancia? Pues es posible y la explicación está en una carencia de perspectiva de género que la compañía tuvo que resolver.

Otro ejemplo de la necesidad de la incorporar una perspectiva de género podemos encontrarla en el diseño de las gafas de realidad virtual. Diversos estudios revelaron que las mujeres eran más propensas a marearse cuando las utilizaban. El motivo se debía a que de media la distancia entre pupilas en las mujeres es menor que en los hombres y, al estar diseñas por desarrolladores, el centro óptimo de las lentes no coincidía con el eje visual de los ojos de las mujeres. El problema tuvo sencilla solución: introducir una funcionalidad para ajustar la distancia pupilar, algo que podría haberse resuelto si el equipo de desarrollo hubiera sido diverso o, al menos, tuviera formación en perspectiva de género.

Estos puntos ciegos en el diseño que tuvo atajar Fitbit o las gafas virtuales se dan mucho más de lo que pudiera parecer, si bien es cierto que de un tiempo para acá las compañías tratan de resolverlo –aunque su motivación sea más comercial que socialmente responsable-. Para conseguirlo, tan importante como crear equipos de desarrollo diversos es que los departamentos de pruebas y verificación también lo sean. Conscientes de esta necesidad, investigadoras de la Universidad de Oregón desarrollaron hace años el método GenderMag. En esencia, esta iniciativa lo que propone es un método sistemático para encontrar problemas de inclusión de género en el software ya desarrollado, porque no sólo se desarrollan aplicaciones sin esta perspectiva sino que, cuando se somete a pruebas su código, tampoco se testea de manera inclusiva.

Para concluir, no serán pocas las personas que al finalizar esta lectura reparen en que, para ser un artículo que apuesta por una perspectiva de género en el desarrollo de software, lo hace desde una óptica binaria. Y tendrán razón. Si en lo que se refiere a la inclusión de las mujeres resta mucho por hacer, imaginen en el caso de aquellas personas que no se identifican como pertenecientes a ninguno de los dos géneros binarios. Existe muy poca literatura y estudios al respecto pero, efectivamente, ésta es otra asignatura pendiente: abordar que el diseño inclusivo de género debe reconocer la diversidad de género, sobrescribiendo el planteamiento binario de género tradicional.

(Artículo en Público)

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