Imposible combatir el porno con negacionistas del sexo

 Carlos Luján / Europa Press

La preocupación por el acceso infantil a la pornografía ha ido en aumento en los últimos años y no faltan motivos para ello. Ante ello, se aplican más parches, en el mejor de los casos, que soluciones efectivas: la última ocurrencia de la Junta de Andalucía es incrementar la presencia policial en los centros escolares y habilitar un buzón denuncias anónimas para que tanto los menores como sus familias puedan alertar de "exposiciones no deseadas o situaciones de riesgo en entornos digitales".

¿El acceso infantil al porno es un problema? Claro que lo es, sin embargo y a pesar de que ya hay estudios que sitúan los ocho años como la edad en la que se producen los primeros contactos con la pornografía, no ha sido hasta que se ha ligado este fenómeno con la violencia de género cuando ha saltado la alarma. Pareciera que si los menores visualizaran este contenido para adultos sin que desencadenase después abusos y violaciones en manadas sería más fácil mirar para otro lado. En esencia, es lo que se ha venido haciendo históricamente.

Más allá de la violencia sexual implícita en buena parte de este porno, este contenido audiovisual no parece el más apropiado para que los y las más jóvenes adquieran una formación afectivo-sexual apropiada. Sin embargo, eso ha importado bien poco a muchas de las personas que hoy cargan contra la pornografía, convertida en el árbol que impide ver el bosque.

Eso es, precisamente, lo que le ha sucedido a la Junta de Andalucía que, por algún motivo que no alcanzo a comprender, piensa que una mayor presencia policial en los colegios contribuirá a que los y las menores consuman menos porno; una medida, por cierto, que también figuraba en la batería de propuestas realizadas por el PSOE.

Poco o nada puede hacer la policía al respecto, salvo garantizar que, especialmente los chicos, reproduzcan los odiosos comportamientos que se ven en el porno, o impartir charlas sobre las amenazas digitales. Atajar el consumo de este contenido y, sobre todo, ponerlo en su debido contexto es la gran asignatura pendiente, nunca mejor dicho. A finales del año pasado, la Consejería de Inclusión Social, Juventud, Familias e Igualdad parecía haberlo entendido, pero fue un espejismo.

A través del Instituto Andaluz de la Mujer (IAM), la consejería lanzó la campaña Lo que quieres saber del sexo que no te lo enseñe el porno, con un anuncio (arriba) que, todo hay que decirlo, dejaba mucho que desear. Podría haber abierto la puerta a algo que la oposición de izquierda lleva largo tiempo demandando: el establecimiento de una asignatura de educación afectivo-sexual con perspectiva de género, pero no fue así.

En su lugar, se manda el recado de que lo que ven en la pornografía es una mera ficción, que “la vida real no funciona así”, que es una mentira que sólo busca elevar sus expectativas “que jamás se van a cumplir”. Uno de los errores de la campaña es no darse cuenta de que hay jóvenes para los que la vida real sí funciona así, con bukkakes, gang bang y felaciones con arcadas hasta vomitar. El problema no es que no se cumplan las expectativas, como advierte la campaña, sino que se cumplen y, es más, que lo que ven en estos vídeos genera deseo de imitación.

Eso no se ataja ni con policía ni con un buzón de denuncia anónima que termina por ilustrar que los de Moreno Bonilla no se han enterado de nada. ¿De veras creen que un menor va a denunciar que puede ver porno? ¿Acaso creen que los padres o madres precisan del anonimato para denunciar la exposición de sus hijos al porno con ventanas emergentes (pop-ups) en páginas web que no tendrían que ofrecer ese contenido?

La clave para atajar el consumo infantil de pornografía, así como saber canalizar e interpretar ese tipo de contenido audiovisual, es la educación, tanto en el hogar como en la escuela. Dialogar con los y las más jóvenes, como invitaba una de las últimas campañas del Ministerio de Igualdad, abordar cuestiones por incómodas que nos resulten y hacerlo con la mayor naturalidad tiene efectos mucho más positivos que los mencionados anteriormente o que cualquier aplicación móvil de verificación de identidad y mayoría de edad.

Sin embargo, no sirve cualquier educación, desde luego no la de “los niños tienen pene y las niñas tienen vulva” que incorpora el PP en sus guías; tampoco esa que, bajo el gobierno de Moreno Bonilla ya ha aconsejado a las chicas no bailar reguetón para no generar situaciones indeseadas, es decir, no despertar las ansias depredadoras de los chicos. Volvemos al “¡si es que van provocando!” con peste a coñac y puro barato.

Lo más grave del asunto es que éste trasciende a Andalucía y a las huestes de la derecha. Aceptar que los menores reciban en la escuela la educación afectivo-sexual que no reciben en su casa es percibido por muchas personas como un traspaso de la patata caliente, desentendiéndose de la cuestión; para otras, se trata de una suerte de depravación, de incitación al vicio del sexo que, además, mezcla peras con manzanas, que diría aquella alcaldesa ilustrada de etílico apellido. Con negacionistas del sexo es imposible combatir los efectos del porno.

En ambos casos, el papel de la escuela es fundamental, como sustituto -aunque debiera ser complemento- y como protección de lo que sucede en el hogar. Es inevitable recordar al filósofo Carlos Fernández Liria en una de sus múltiples reflexiones sobre el pin parental y en defensa de la educación pública, concebida como el perfecto instrumento contra el adoctrinamiento, como esa lima con la que escapar de la prisión ideológica en la que algunos padres y madres quieren sumir a sus hijos e hijas, impidiéndoles que conozcan otros valores para que juzguen, contrasten y elijan los suyos propios.

(Artículo en Público

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