Turismo de nicho iluminado
Acaba de abrir en Málaga un nuevo hotel cápsula. En realidad, tiene más de lo segundo que de lo primero, pues se trata de alojamiento bajo la fórmula de albergue, pero a precio de hotel de semilujo. Por precios que alcanzan hasta los 90 euros por noche, una persona puede dormir en una de las múltiples cápsulas por habitación, compartiendo cuarto de baño y sin posibilidad de aparcamiento. Otro triunfo del capitalismo que precariza hasta lo que debiera ser un placer.
Málaga se ha convertido en el perfecto escaparate de las grandes conquistas neoliberales que, irremediablemente, se traducen directamente en la pérdida de calidad de vida. Además de ser la ciudad española que más viviendas turísticas alberga, habiendo destruido los barrios tradicionales y expulsado a sus habitantes, esta localidad se ha postrado al capitalismo más depredador.
Cada día que pasa, su regidor, Francisco de la Torre (PP), se asemeja más a Montgomery Burns, el conocido señor Burns dueño de la planta nuclear al que nada le gusta más que el olor de un buen fajo de billetes. Plegado a los fondos buitres, buena parte de ellos participados por KKR que se ha forrado a costa del genocidio en Gaza, el alcalde siempre prima el turismo depredador al bienestar ciudadano. Tanto, que incluso olvida el control de plagas en los barrios a los que no llegan los turistas, registrando hasta 400 quejas vecinales al mes por presencia de ratas en los barrios.
El nuevo albergue cápsula es una prueba más de cómo el capitalismo no sólo está destruyendo Málaga, sino también nuestras válvulas de escape, nuestras merecidas recompensas. Es pasmoso cómo asumimos con naturalidad nuestro rol de cómplices cuando en realidad somos víctimas. Me explico: después de un año tachando días para coger vacaciones y escapar de la rutina que nos asfixia, hacemos cuentas, con mucho esfuerzo salimos de viaje y ¿aceptamos con normalidad pagar 90 euros por un nicho iluminado? Se mire como se mire es del todo absurdo.
Sin embargo, el capitalismo consigue que veamos lo irracional como racional. El progresivo e injustificado encarecimiento de los precios de hostelería ha terminado por propiciar que pagar esos 90 euros nos haga, incluso, sentirnos afortunados por encontrar alojamiento en una ciudad como Málaga. Por el camino, hemos renunciado a todos los servicios que debería contener un establecimiento que se pone la etiqueta de hotel.
Hace unas semanas, escuchaba al colega Juan José Millás su profunda decepción al haber subido a uno de los nuevos trenes del AVE y haber descubierto que en una de las filas de asientos se había incorporado un tercer sillón. El ancho del vagón es el mismo… hagan sus cuentas. Es la máxima capitalista: aumentar el margen de beneficios en detrimento de los servicios que se prestan.
Se trata exactamente de la misma práctica que podemos observar en cualquier supermercado con la denominada reduflación, que el Ministerio de Consumo pretende ahora atajar: subir los precios e incluir menor cantidad de producto en los paquetes.
¿Por qué lo aceptamos con esta naturalidad? ¿Cómo ha conseguido el capitalismo y quienes se benefician directamente de él que nos sometamos a sus designios? Hace años, asumir que uno era mileurista era sinónimo de precariedad, a pesar de que entonces el coste de la vida era mucho más bajo que el actual. Hoy en día, si uno consigue ser mileurista es todo un logro, pese a la subida del Salario Mínimo Interprofesional (SMI) contra el que votaron las derechas. Del mismo modo, si dedicar más del 30% de los ingresos a la vivienda resultaba una barbaridad hace una década, hoy en día el 40% de las personas arrendatarias españoles destina supera con creces esa cantidad, según un estudio de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Llega un momento en el que, como consumidores y consumidoras, tenemos que poner pie en pared. Obviamente, en unas cuestiones resulta más sencillo que en otras, pero hay alternativas. Con demasiada frecuencia olvidamos el poder que tenemos como consumidores de masas… o como masas consumidoras. No se trata únicamente de exigir a nuestros gobernantes medidas que prohíban ciertas prácticas abusivas, sino también de boicotear abiertamente a quienes pretenden aprovecharse de situaciones de vulnerabilidad.
Del mismo modo que alquileres sociales de apartamentos de 35 metros cuadrados, gestionados por empresas privadas pese a estar en suelo público, es grotesco -es lo que pretende el alcalde de Málaga-, un nicho iluminado sigue siendo un nicho y jamás podrá valer 90 euros por noche, lo vendan como lo vendan. Es hora, y vamos tarde, de decir basta.
(Artículo en Público)
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