Adicción a la Inteligencia Artificial
Recientemente leí un artículo en el que Gary Arora, arquitecto jefe de Soluciones Cloud e IA de Deloitte, animaba a los y las trabajadoras a utilizar cuanto puedan la Inteligencia Artificial (IA) en su tiempo libre con el fin de estar mejor preparadas para su desempeño laboral. La intervención de Arora tuvo lugar durante la celebración del AI in Finance Leaders Forum en el Nasdaq MarketSite de Times Square (Nueva York). Precisamente cuanto más se habla del estallido de la burbuja de la IA, más voces surgen tratando de generar necesidades artificiales para las que no precisamos esta tecnología.
Nos encontramos en un momento en el que las multinacionales tecnológicas han encontrado en la IA un viento de cola para sanear o engordar sus cuentas de resultados. No me refiero únicamente a Nvidia que, de lejos, es quien más está ganando con la IA, tal y como demuestran sus ganancias de casi 32.000 millones de dólares sólo en su tercer trimestre fiscal (un crecimiento del 65%), sino al resto de la industria tecnológica que se ha subido a este tren, desde los fabricantes de PC, que ahora incluyen aplicaciones de IA en sus equipos (encareciéndolos); a los desarrolladores de software de gestión que han pasado de los chatbots a los agentes de IA, que en muchos casos amenazan nuestra privacidad.
Mientras, las empresas, es decir, sus clientes, padecen una epidemia contagiosa de adopción de esta tecnología sin ni siquiera estar preparadas para ello. Los datos son el pilar de cualquier estrategia ligada a la IA y, desafortunadamente, son demasiadas las compañías que los tienen dispersos, en muchos casos duplicados, a lo largo y ancho de su organización. En este sentido, comparto una de las apreciaciones del directivo de Deloitte cuando en la entrevista que concedió a Information Week indica que las empresas deberían comenzar por cuantificar los problemas que la IA puede solucionar, en lugar de cuantificar el valor de la IA. Ese es otro de los errores de base en que están incurriendo muchas organizaciones a la hora de llevar a término sus pretensiones con esta innovación.
Más allá de lo que se está cociendo en el ámbito empresarial, lo que más captó mi atención del discurso de Gary Arora fue su énfasis en que nos convirtamos en lo que los anglosajones llaman power user de la IA, que vendría a ser un usuario avanzado. La base de su argumentación es que la IA no es como otras tecnologías previas que cambiaron la forma de trabajar. A diferencia de aquellas, la IA tiene también muchas aplicaciones en el ámbito personal. En este sentido, Arora considera una buena idea explorar las posibilidades de la IA generativa (GenAI, por sus siglas en inglés) en nuestro día a día. Para ilustrar a qué se refiere, el experto aconsejó recurrir a GenAI para, incluso, escribir una felicitación de cumpleaños, con objeto de comprobar “qué es un buen resultado y qué no”.
Personalmente, me horripila el mero hecho de dejar en manos de una máquina la felicitación a un ser querido. Resulta tan despreciable como esas escenas de película en las que el ejecutivo agresivo y machista ordena a su secretaria que se encargue del regalo de aniversario a su esposa, con su correspondiente nota, claro está. La reflexión de Arora se ahoga en su propia contradicción: mientras a las empresas les recomienda que exploren qué problemas es capaz de resolver la IA, a los y las trabajadoras les aconseja que la utilicen para todo cuanto puedan en su vida personal.
La pregunta es obvia: ¿realmente necesitamos ser usuarios avanzados de IA? Siendo consciente de los avances y beneficios que trae consigo esta tecnología, considero que detrás de este fomento del uso desmedido de la IA no hay más que negocio. Cada vez que usted utiliza cualquiera de las versiones comerciales de IA, Nvidia, Google, Amazon, OpenAI, HPE, Dell, AMD… y un largo etcétera hacen caja. Las necesidades de computación son tan gigantescas que existe todo un ecosistema de empresas que se llenan los bolsillos, no sólo del ámbito informático, sino de la construcción, porque si en algo han tenido que reforzar las tecnológicas su gasto es en la construcción de centros de datos. Por no hablar del impacto medio ambiental, que ya expuse el domingo pasado.
En realidad, es la historia de siempre: generar necesidades inexistentes para lucrarse con ellas. ¿Es necesario en nuestra cotidianeidad recurrir a la IA para obtener una receta de cocina, escribir un correo electrónico, llevar nuestra agenda o plantearnos una tabla de ejercicios? Claro que no. Enmascaramos con comodidad lo que realmente es pereza, vagancia. Los ejemplos de recetas de cocina o de ejercicio físico son excelentes, porque en ambos casos ni siquiera es preciso gastar dinero en alternativas a la IA, ya existen en internet multitud de vídeos y tutoriales que cumplen idéntica función.
Tal y como abordaba hace unas semanas, el colmo de esta inmersión forzada en la IA lo encontramos en la salud mental y cómo ya se ha sustituido la ayuda profesional por el algoritmo, sin importar sus sesgos o su querencia hacia las ventas cruzadas aprovechando nuestras vulnerabilidades. La IA generativa, por su parte, tiene un lado tan tenebroso que cualquiera con dos dedos de frente debería identificar una vez que haya jugado ya lo suficiente con la caricatura de su cuñado a lo Simpson. ¿De veras queremos cine generado por IA o música compuesta íntegramente con IA? En ambos casos ya se están moviendo millones de dólares, pero el resultado final es la aniquilación de la creatividad, del talento, apoyándose, además, en el plagio, tal y como lleva años advirtiendo el colectivo Arte es Ética.
El nivel de holgazanería que estamos alcanzando es tal que incluso se ha vuelto en contra de empresas como Google y su negocio de publicidad. La filial de Alphabet no contaba con que cada vez se realizaran más búsquedas a través de ChatGPT o Perplexity y se obviara su motor de búsquedas y, con ello, la visibilidad de sus anunciantes. Este fenómeno tiene un efecto dominó con un impacto extremadamente negativo cuando se buscan noticias: según revela un estudio de GfK DAM, se produce el zero-click, es decir, que menos del 0,2% de estas búsquedas terminan en una visita al medio de comunicación. Ya no es sólo que en líneas generales más del 70% de las búsquedas vía IA no genere ningún clic al contenido, sino que el usuario corre el riesgo de caer en la desinformación a expensas de lo que le cuente una IA potencialmente contaminada por corruptores profesionales. En el caso de los tutoriales o recetas de cocina, mencionados previamente, su tráfico orgánico se ha desplomado entre un 20% y un 65% como consecuencia de que la IA posibilita acceder a esta información de forma directa, sin necesidad de derivar a ninguna página web.
En esencia, sobre lo que quisiera alertar, es del riesgo de deterioro cognitivo al que nos exponen teorías como las del ejecutivo de Deloitte. Entrenen a sus cerebros, despierten su imaginación y disfruten del resultado de la creatividad de terceros. No es necesario utilizar la IA para todas las tareas; de hecho, si ustedes preguntan a uno de estos modelos, obtendrá una recomendación de este tipo: “Depender demasiado de la IA para tareas cotidianas no es recomendable por varias razones, tanto prácticas como psicológicas”. Entre los motivos fundamentales enumerará la pérdida de habilidades personales, la falta de criterio propio, el riesgo de errores o sesgos, los problemas de privacidad, la dependencia emocional o cognitiva o la desconexión de la realidad y de otras personas.
Si no me hacen caso a mí, háganselo a la IA.
(Artículo en Público)

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