Papá, de mayor, funcionario

El primer café de la mañana venía acompañado de una nueva cifra: 3 millones de funcionarios. El diario El Mundo hacía saltar a la primera plana la noticia metiendo el dedo en la llaga del paro: "las administraciones del Estado viven ajenas al duro ajuste de la recesión económica. Mientras el paro aumentó en 2008 en 1.280.300 trabajadores, el número de empleados públicos creció en 116.200 personas, de los que 39.400 entraron en nómina en el último trimestre".

Efectivamente, como se encarga de señalar el diario de Pedrojota, el aparato burocrático sigue engordando más y más. Y, desde mi punto de vista, este crecimiento, quizás exagerado, no es tan cuestionable como las condiciones en las que lo hace. Jamás he encontrado justificación alguna al trabajo a perpetuidad, independientemente del rendimiento que lo acompañe. ¿Cuál es el argumento que respalda que por ser empleado del Estado no se pueda ser despedido nunca?

Pudiera parecer demasiado reaccionario o, incluso, inoportuno con el nubarrón de la recesión encima, pero a nadie pasa inadvertido que vivimos en una meritocracia en la que se debería recompensar a quién lo merece y no al revés. Esta reflexión me lleva a que los modelos de gestión estatal siguiendo el modelo del sector privado no son del todo descabellados. Me explico, para no dar lugar a malos entendidos que tachen a este post de abogar por la privatización -nada más lejos de mi intención.

Si España se encuentra a la cola de los niveles de productividad de la Unión Europea, ¿acaso la propia Administración Pública no debería dar ejemplo? Si en el sector privado esta productividad se mide, entre otras métricas, por horas trabajadas versus ingresos generados, ¿no podría aplicarse al funcionariado según la calidad del servicio prestado? Lógicamente, el fin de un servicio público no se concreta en unos márgenes de beneficios, pero sí en una calidad en la prestación de la labor que presta. Dicho de una manera cristalina, si el rendimiento de un funcionario está lejos de lo deseable, y tras las pertinentes advertencias, se reitera en su actuación, ¿por qué ha de mantener el puesto de trabajo?

Con esta reflexión no pretendo generalizar que todos los funcionarios terminan por acomodarse y rebajar sus rendimientos, ni mucho menos, pero convendrán conmigo que si en cualquier empresa del sector privado termina por aparecer esa especie de 'parásito laboral' que elude su trabajo, derivándoselo indirectamente al compañero, a pesar de que puede ser despedido, en un entorno en el que esa amenaza no se contempla... miel sobre hojuelas.

Por otro lado, tampoco quiero recomendar desde aquí que la amenaza del despido sea el mejor estímulo para fomentar la productividad. Por concretar, el mensaje fuerza, independientemente de que hablemos de sector público o privado, debería ser: "SI NO RINDES, A LA CALLE".

¿Cuáles son los daños colaterales de esta adoración al funcionariado? Porque es una verdadera adoración: todos conocemos gente opositando y que, cuando aprueba las oposiciones, las felicitaciones se amontonan más que si le hubiera tocado el Gordo de la lotería. Pues uno de los primeros es que nuestros jóvenes están perdiendo la ilusión. Su máxima ambición es convertirse en funcionario -con todos mis respetos- y la posibilidad de ser un emprendedor está cada vez más cerca de la ciencia ficción.

La tasa de actividad emprendedora está cayendo estrepitósamente en España a la luz de los datos que aporta GEM España. ¿Saben cuál es la edad media del emprendedor? 40 años. Las caritas risueñas a las que nos acostumbran revistas como Emprendedores o Ideas&Negocios son un espejismo, porque la realidad es que la mayor parte de caritas risueñas prefiere opositar...
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