Las malas comparaciones

"Parece mentira que no sepan que en España se jubilan a los 67 años". Son palabras de Gerard Depardieu a la hora de calificar de "ridículas" y de "manipulación de los sindicatos" a las protestas francesas contra la ampliación de la edad de jubilación de 60 a 62 años. Mientras, el primer ministro francés, François Fillon, es rotundo en la televisión asegurando no sólo que la reforma continuará adelante sino que, además, no permitirá "que bloqueen" el país.

Opiniones respetables aunque en absoluto compartidas y, lo que es más, con un hilo argumental erróneo. ¿Por qué? Por ese pésimo recurso de las malas comparaciones. En temas de Estado y de bienestar social -como es del que estamos hablando- las comparaciones siempre han de ser en positivo, han de ser ambiciosas, mirando hacia modelos satisfactorios que uno mismo anhele alcanzar. ¿Por qué los gobernantes no dejan ya de aferrarse a la máxima de 'mal de muchos'? Es lo que debieran hacer si realmente quieren cumplir con su cometido porque, lamentablemente, siempre encontraremos situaciones mucho peores que la nuestra.

Las primeras comparaciones serán con los vecinos europeos; las siguientes, con países en vías de desarrollo. Y así, no se avanza. Mientras la vieja Europa retroceda como un cangrejo, esta misma marcha atrás, ralentizará el crecimiento de los países, por ejemplo, africanos. La mala comparación, de nuevo, será un clavo ardiendo al que aferrarse y vuelta a empezar. ¿La esperanza? Que aún hay conciencia, minoritaria y eventual, pero conciencia al fin y al cabo. Ojalá germine, crezca y, si nos comparamos con los menos favorecidos, sea para mejorarlos, no para mejorarnos.
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