Moratinos tiene hambre de FAO

Miguel Ángel Moratinos, el ex ministro de Asuntos Exteriores que mintió a todos los españoles cuando la activista Aminatou Haidar fue deportada desde El Aaiún, quiere presidir la FAO, nada menos que el organismo de la ONU llamado a combatir el hambre y la malnutrición. Aquel suceso, el de la huelga de hambre de Haidar, fue sólo una prueba más del servilismo de Moratinos al reino de Marruecos, del que recibió en su día la Orden de Alaouite Ouissan por su contribución meritoria al estado marroquí.

El comportamiento de Moratinos en el conflicto saharaui, siempre posicionándose del lado de Mohamed VI, retrata a Moratinos a la perfección y no con pinceladas de honestidad, precisamente. Por eso choca que una persona que a minusvalorado tanto el respeto por los Derechos Humanos, quiera ahora llevar las riendas de uno de los organismos que más ha de luchar por éstos. Organismo, por otro lado, que como sucede con su matriz, la ONU, necesita afrontar de una vez por todas una profunda reforma.

Además, la quiere presidir en un momento en el que queda mucho trabajo por realizar, como demuestra el hecho de que nos encontremos muy lejos de cumplir con los Objetivos de Desarrollo del Milenio que, en lo que afecta a la FAO, había de lograr reducir a la mitad el porcentaje de personas hambrientas entre 1990-2015, o la crecida en el precio de los alimentos. Dos apuntes al respecto: en primer lugar, quedan cinco años para que venza el plazo y la meta de pasar del 20 al 10% de la población que pasa hambre aún sigue estancada en el 16%.

En segundo lugar, a pesar de que el porcentaje se haya reducido, como consecuencia del crecimiento de la población, la cifra de hambre crónica ha crecido en realidad. Si en 2010 hay 925 millones de personas que sufren hambre crónica -representa un avance frente a las estimaciones de 2009, que situaban la cifra en 98 millones más-, en 1990 había unos 800 millones. Aquí no cabe jugar con porcentajes. Reducir a la mitad no debe ser en proporción a la población mundial, sino en términos absolutos, o sea, 400 millones de personas, que ya es una cifra lo suficientemente abultada. No estamos hablando de cifras de negocio, sino de auténticos cadáveres andantes entre los que un sólo dígito merece todo el esfuerzo internacional.
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