Acabar con la democracia irreal

La revolución social ha llegado. Es un hecho. Ayer, las acampadas se multiplicaron por toda España con un claro epicentro en Madrid -por motivos obvios, el centralismo es lo que tiene-, que se ha convertido en la plaza Tahrir del país. El contagio en el resto de las comunidades tras el arranca de esta sana epidemia surgida en Madrid y Barcelona es imparable. Ya ha traspasado nuestras fronteras.  Anoche, el Gobierno ya no se atrevió a desalojar la Puerta del Sol. Seguid en directo todo cuanto sucede en el buena trabajo de los amigos de Periodismo Humano, que a diferencia de los otros medios, no se ha subido al carro oportunista de la revolución social ahora, lo lleva en su ADN. También es posible otro periodismo que esté a la altura de la ciudadanía.

Pero, ¿de qué servirá todo esto? Es complicado, la verdad. En primer lugar, que no es poco con los tiempos que corren, es un auténtico bálsamo para el alma castigada, para el orgullo pisoteado por una clase política corrupta, unos empresarios y unos banqueros deleznables. Sentirse arropado por miles de desconocidos, sentirse tan cerca de alguien a quien ni siquiera has visto la cara, eso, sabe a gloria porque, sencillamente, es la esencia de la lucha por la libertad.

Mientras todos esos miles de valientes acampaban por toda España, se producían hechos tan lamentables como un lleno en la plaza de toros de Valencia o el uso partidista y oportunista de todo el movimiento 15M... La revolución no se hace en dos días, esto es sólo el pistoletazo de salida y los grandes beneficiados de la 'democracia irreal' harán todo cuanto esté en su mano para perpetuarla. En cuatro días habrá elecciones y yo, personalmente, voto por la abstención y la toma de las calles.

Que ninguno de los que soportan la democracia irreal pueda decir que por no votar se han olvidado las responsabilidades sociales. Todo lo contrario. Que se vea a una sociedad más implicada que nunca con su país y, precisamente por ello, mostrando su mayor desprecio a una clase política que no ha estado a la altura. Que el mundo entero vea que no alcanzamos, ni siquiera, el 50% de participación en las urnas, lo que en cualquier democracia decente debería ser motivo de invalidación de las elecciones -en muchos países europeos así se refleja en su legislación, en el nuestro, no.

El dramaturgo estadounidense George Jean Nathan escribió una vez que "los malos dirigentes son elegidos por buenos ciudadanos que no votan". No dejéis que utilicen esa frase para sofocar la revuelta social, la apuesta por la abstención. Dadle la vuelta a la frase, cread vuestro axioma deductivo: "los buenos dirigentes son elegidos por malos ciudadanos que votan" y preguntaros cuán buenos pueden ser esos dirigentes cuando quien vota no lo es. Es cuestión de principios.
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