Grandes de una España chica

"Todos estamos muy contentos". Son palabras de Cayetana Fitz-James Stuart y Silva, conocida como la Duquesa de Alba, tras haber repartido su herencia entre sus hijos. En el país de los mileuristas -y descontentos-, la que tiene el récord Guinness de ser el miembro vivo de la nobleza que más títulos nobiliarios posee es portada hoy en el ABC haciendo gala de su euforia ricachona (yo prefiero la de El Jueves). Su naturaleza de noble le viene por accidente, por ser descendiente de un bastardo del rey Jacobo II de Inglaterra y le ha llevado a ser 14 veces Grande de España.

La Duquesa de Alba, la misma que a pesar de sus riquezas sigue recibiendo subvenciones agrarias para sus explotaciones, es sólo la punta del iceberg, como los Borbones. Debajo de ellos encontramos toda una fauna de Grandes que no hacen más que menguar a esta España nuestra. Sólo en lo que va de año, el BOE ha publicado 37 Reales Cartas de Sucesión y más de 30 solicitudes. Pero el actual ministro de Justicia ha firmado, incluso, nuevos nombramientos, como el Marqués de Del Bosque, a Vicente del Bosque; o el de Marques de Vargas Llosa, al premio Nobel de Literatura del mismo nombre.

No sólo padecemos esta lacra de nobleza sino que, además, la alimentamos. ¿Qué sentido tiene seguir realizando este tipo de distinciones en pleno siglo XXI? Imagino que el mismo que el mantenimiento de una monarquía que, por definición, es el mayor atentado que puede haber a una Democracia: Un jefe de Estado impuesto por sucesión de sangre.

El oportunista del 'candidato Alfredo' no se meterá en este berenjenal con su reforma constitucional, pero cualquier político honesto debería romper con una tradición que se mantiene más por inercia que por utilidad real. De hecho, justificar la utilidad de la Corona sólo es posible si rebajamos la de nuestros representantes políticos.
La elección, hoy por hoy, parece evidente.
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