La censura de Barroso

Miguel de Unamuno acuñó el terminó de “intrahistoria” para referirse a la vida tradicional, las historias del día a día que sirven de fondo permanente a la otra Historia cambiante y visible, esa de la que informan los medios. A otro maestro, esta vez a Ramón Lobo, le escuché en una ocasión desvelar la fórmula para extraer la información real de un periódico: súmense el número de informaciones en las que aparecen tipos con traje y corbata, divídase por el número de páginas del diario y obtendrá el cociente de desinformación que ha comprado.

Esta introducción me sirve para arrancar el relato de lo que sucedió el otro día en Oslo y nadie ha contado. Con motivo de la entrega del Premio Nobel de la Paz a la Unión Europea (UE), buena parte de sus jefes de Estado y su cúpula política se dieron cita en la capital Noruega. Durão Barroso, el presidente de la Comisión Europa, el mismo que igual se da una vuelta por las Azores para arrancar una guerra ilegal que recoge el Nobel de la Paz, también estaba allí, claro está.

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