¿Cuántas Amy Martin existen?

(Javier Lizón/Efe)
Ardió ayer Twitter con las revelaciones hechas por El Mundo en torno al cese del director de la Fundación Ideas por haberse inventado a una falsa articulista y, además, cobrar ocultando la verdad. Bajo el nombre de Amy Martin, Carlos Mulas llegó a facturar 50.000 euros a la fundación del PSOE durante dos años. No podemos hablar aquí de pseudónimo puesto que no sólo la verdadera identidad  de Amy Martín fue ocultada por Mulas sino que, además, una vez destapado el escándalo siguió manteniendo que se trataba de dos personas distintas.

Son muchos los que han querido hacer sangre con este asunto, ya saben, sacar rédito político o, sencillamente, desprestigiar al PSOE. En realidad, el partido socialista tiene un amplio abanico de elementos que manchan su imagen, no hay necesidad de recurrir al fraude de Mulas, ni siquiera por el hecho de que tuviera la desfachatez -y la Fundación Ideas la imprudencia- de pagar hasta 3.000 euros por uno de sus artículos.

Aparentemente, Mulas nos la ha colado a todos, a lectores y a la propia Fundación que, por la misma opacidad que envuelve a su matriz, esto es, a su partido político de marras, ha sido relativamente sencillo. Y es que, gracias a la complicidad que nos regalan de vez en cuando PP y PSOE, la ley de transparencia no alcanza a los partidos políticos, a pesar de ser receptores de dinero público -de hecho, es con lo que se mantienen.
Por otro lado, se sorprenderían ustedes de la cantidad de Mulas y Amy Martin que pululan por los medios de comunicación, pero con dos grandes diferencias: la primera de ellas, que no se crean dos identidades, sino que bajo un mismo nombre, normalmente un alto directivo, se ocultan dos personas. Dicho de otro modo, que la inmensa mayoría de los artículos de opinión que aparecen de directores generales y ejecutivos de operadoras, eléctricas, constructoras, tecnológicas, etc. no han sido escritos por ellos, sino por sus gabinetes de comunicación... incluso, las publicadas en diarios de Unidad Editorial, editora de El Mundo.

La segunda gran diferencia es que en la mayor parte de los medios, este tipo de colaboraciones puntuales -no son tribunas fijas- nunca son remuneradas, en contra de lo que ayer algún colega parecía desconocer cuando criticaba en Twitter a Público (al que también se la coló Mulas) y le acusara de no pagar a Amy Martin.

En realidad, es un secreto a voces del que, por estar tan metido en el mundillo, no estoy seguro si el público general conoce. Y en esencia, es un fraude, porque pensamientos sesudos escritos con una gran maestría se nos cuelan a los lectores como si sus autores fueran el presidente de tal operadora o el director general de tal constructora. Y eso, es mentir, como también es mentir que en los reportajes en los que figuran respuestas de directivos, la mayor parte de las veces son respuestas de un ejecutivo de cuentas en una agencia de comunicación, al que posteriormente le validan en su cliente el cuestionario contestado.

Es un debate interesante, sin duda, pero que cuesta abordar. De hecho, la semana pasada la Asociación de la Prensa de Madrid quiso hacerlo en su Laboratorio de Periodismo y no tardaron los responsables de Comunicación en dignificar su profesión tirando para ello del Periodismo, considerándose así mismos periodistas. Entonces, ¿aquí no hay intrusismo? ¿De qué sirve la carrera de Publicidad y Relaciones Públicas que comparte el primer ciclo con Periodismo? La Comunicación no debería tener que tirar de periodismo para dignificarse, puesto que tiene méritos de sobra para hacerlo por ella misma.

Sin embargo, como en todas las profesiones, es necesaria una depuración, una código que rompa con la práctica habitual de "sacar a mi cliente en los medios cueste lo que cueste". De hecho, ya hay colegas del mundillo que me han confesado que periodistas ruines -y/o que no llegan a fin de mes porque su medio no les paga dignamente- piden abiertamente pagos bajo cuerda a cambio de publicar determinadas informaciones.

Y eso es triste. Y de eso se habla poco.
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