El Mandela que eclipsó al otro Mandela


Anoche conocíamos la noticia de la muerte de Nelson Mandela (foto superior por Steven Siewert). Sin duda alguna, una gran pérdida para la Humanidad como bien reflejan hoy cientos de columnas y artículos en todo el mundo. Un hombre que acabó con el apartheid, que simboliza como nadie el espíritu de la reconciliación, la perseverancia y el pacifismo. Un hombre que indiscutiblemente pasará a la historia como uno de los personajes más determinantes del siglo XX y cuya influencia se extendió al presente siglo.

Sin embargo, la grandeza de Mandela eclipsa otra de sus facetas, la que le llevó a convertirse en el primer presidente sudafricano negro, entre 1994 y 1999, período durante el cual se suceden los claroscuros. En su lucha contra la discriminación racial, en su eterna batalla por la igualdad entre blancos y negros, se dejó por el camino la igualdad entre los propios negros.

Cuando Mandela llegó al poder en 1994 al frente de su partido, el Congreso Nacional Africano (ANC por sus siglas en inglés), se encontró con un país extraordinariamente complejo. La herencia del apartheid, con una plutocracia blanca dueña de las riquezas y de los medios productivos, dificultaba el desarrollo del país basado en principios de igualdad racial.

Este es uno de los motivos por los que Mandela impulsó la affirmative action, esto es, una política de discriminación positiva hacia los negros en materia de empleo que sin embargo, no estuvo exenta de contrapartidas: propició la fuga de cerebros, con una sangría del 10% de población con estudios universitarios (en su mayoría blancos, claro) emigrando. En ese sentido, el desarrollo del país se vería ralentizado a la espera de que una mayor parte de población negra consolidara su presencia en la Universidad.

(ANC Archives)
No obstante, lo que para muchos supuso una especie de traición a la izquierda por parte de Mandela fue su Estrategia de Crecimiento, Empleo y Redistribución (GEAR), lanzada en junio de 1996. Esta nueva estrategia supuso un jarro de agua fría para quienes aún tenían alguna esperanza en que a la caída del apartheid le acompañaría una reducción de la pobreza. Para muestra, un botón: entre 1975 y 1996, la desigualdad entre blancos y negros cayó del 62% al 33%, mientras que la intrarracial pasó del 38% al 67%. Dicho de otro modo, la desigualdad entre los propios negros se disparó. Si en 1994 sólo un 3% de la población negra formaba parte de la clase media, en el año 2000 ya alcanzaba el 7,5%.

¿A qué se debió este fenómeno? Principalmente a las políticas económicas puestas en marcha por Mandela. GEAR se levantaba sobre los pilares neoliberales del denominado 'Consenso de Washington', es decir, sobre las privatizaciones, la orientación a las exportaciones y la limitación del déficit presupuestario por la vía del recorte en gasto social. Como resultado de ello, GEAR no produjo ni crecimiento, ni empleo ni resdistribución.

El Ejecutivo de Mandela concedió grandes facilidades al capital corporativo e introdujo muchas desregulaciones, comenzado por el sector financiero y el mercado laboral. Cuando arrancó, GEAR prometió la creación de 1,3 milones de nuevos empleos y, en cambio, se destruyó más de un millón de puestos de trabajo. En 1997, más del 40% de la población negra se encontraba desempleada, frente a un 6% de la población blanca, un 16% de la población mestiza o un 10% de la población india. Al final de su mandato en 1999, el paro ya alcanzaba el 35% de la población, en gran medida, debido a la ola de privatizaciones.

No en vano, el Estado se fue desprendiendo de activos que el aparato del apartheid había ido construyendo para, en parte, asegurarse cierta autosuficiencia en caso de sanciones internacionales. Es el caso de empresas públicas como ESKOM (electricidad), SASOL (carbón, petróleo y derivados), TRANSNET (transporte) o ISCO (carbón y acero). Mientras algunas cifran hablan de privatizaciones de recursos por valor de 11.000 millones de rands (divisa sudafricana), la izquierda dispara el cómputo hasta los 150.000 millones de rands.

Por otro lado, ell objetivo del programa GEAR era crecer un 6% anual; sin embargo, apenas se consiguió un 2%. A ello se suma, además, que para el final del mandato de Mandela, la deuda soberana ya alcanzaba el 50% del PIB y la meta de reducir el déficit al 3% del PIB en cinco años se diluía paulatinamente.

(Don McPhee for the Guardian)

Sudáfrica crecía pero no se producían grandes mejoras en lo social -sin menospreciar ni mucho menos la lucha contra el racismo-, disparándose el desempleo y la sobreexplotación. La desigualdad en términos de riqueza se vió incrementada y Mandela faltó a su promesa electoral de reparto de tierras y viviendas. En medio de su mandato, una sequía en el 95 que perjudicó gravemente la producción agrícola y la caída de los productos mineros. Esta última circunstancia aún más dolorosa para el gobernante, pues su política extractivista le había llevado previamente a expropiar tierras para dárselas a las concesiones mineras.

Mandela triunfó en su cruzada contra el racismo, pero perdió la batalla contra el neoliberalismo, que terminó por apoderarse de su país, el cual ya de por sí traía consigo unos déficits congénitos complejos de superar a los que la desigualdad no ha contribuido precisamente a mejorar. En este sentido, Sudáfrica tiene el dudoso honor de haber sido el país no en guerra más peligroso del mundo, en el que se cometía un delito cada tres minutos (es el país con más armas ilegales del mundo). Además, no se puede olvidar otra de las asignaturas pendientes de Mandela, la lucha contra el SIDA cuyos niveles en el país son dramáticos debido, en gran parte, a las escandalosas estadísticas de violaciones (una cada 15 segundos) que algunos ilustran con la escalofriante relación de dos de cada cinco mujeres sudafricanas van a ser violadas al menos una vez en su vida.
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