Con Esperanza Aguirre siempre me ha pasado como sucedía con Fraga:
más allá de ideologías, de su pasado -diría que de su futuro-, más allá
de comulgar o no con sus planteamientos, hay que admitir que ambos son
auténticos animales políticos. El modo en que se manejaban en ese
escenario les hacía destacar sobre la media... vaya por delante que la
media no es muy alta. Sin embargo, y a 550 kilómetros de distancia de mi
querido Madrid, si algo se ha percibido desde aquí es la lideresa está a medo gas.
Si Esperanza Aguirre gana estas elecciones no será gracias a ella, sino pese a ella. La torpeza ha caracterizado la campaña de Aguirre, que por momentos parecía más una novata que una veterana
como buena sexagenaria que se autodefine. Sus repetidas calumnias a
otros candidatos, en especial a Manuela Carmena, sus necesarias
rectificaciones, sus exabruptos, su modo en que ha tirado del fantasma
de ETA en algún que otro debate televisivo... todo debería tener una
única consecuencia: que los indecisos se convenzan de que la Aguirre de
ahora no es la Aguirre de hace años... o no lo parece, porque lo
más probable es que ésta esté más de la genuina que la que nos
mostraban en sus 'mejores' tiempos al frente de la Comunidad de Madrid.
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