El negocio del cerebro, al alza


Álvaro Fernández es el cofundador y consejero delegado de SharpBrains. Este bilbaíno de 42 años, saltó de la Universidad de Deusto a EEUU y con los años terminó creando la primera compañía dedicada a desarrollar aplicaciones basadas en la neurociencia. ¿El objetivo? Tratar de mejorar las capacidades cerebrales y retrasar su deterioro. Nuestro español más cerebral, por decirlo de alguna manera, que en 2012 llegó a ser considerado ‘Young Global Leader’ por el World Economic Forum (WEF).

Fernández está firmemente convencido del potencial que tiene el mercado de la neurotecnología, aunque no se le escapa que todavía existe mucho ruido mediático al respecto. No es el único, puesto que desde el Centro para el Negocio Digital de la Salford Business School, el profesor Gordon Fletcher prevé que para 2020 el mercado de las ‘aplicaciones tecnológicas cerebrales’ podría rondar los 35.000 millones de dólares.

El ritmo al que se están registrando las patentes en torno a esta tecnología puede ser otro buen indicador de lo que está por llegar. Si entre 2000 y 2009 se registraron 400 patentes, en 2010 las patentes relacionadas con la lectura del cerebro subieron a 800 en EEUU y Fernández indica que, el año pasado, rondaron ya las 1.600 patentes, muchas de ellas asociadas a la explosión se ha producido en el mundo de los wearables (tecnología para llevar puesta). No sólo eso, Fernández asegura que en la actualidad el número de aplicaciones pendientes podría situarse en las 5.000.

No hablamos únicamente del sector de la Salud, sino especialmente el del marketing, el deportivo o el mundo del ocio, con los videojuegos a la cabeza. Aplicaciones que van asociadas a enfermedades como el Alzheimer o, en el otro extremo, las que se instalan en un coche para que detecten si el conductor se está quedando dormido.

Además de las compañías hiperespecializadas en la materia, como NeuroSky, Interaxon o Emotiv, también encontramos a gigantes de la informática que flirtean con este campo. Es el caso de Microsoft, que cuenta con 89 patentes de software que pueden evaluar los estados mentales, o IBM y su proyecto TrueNorth, con el que pretende que los ordenadores repliquen el funcionamiento del cerebro humano.

Sin embargo, lo más habitual es encontrar otro tipo de aplicaciones más accesibles al usuario final. Sin ir más lejos, uno de los últimos desarrollos es el de la compañía Triax, que ha creado una banda para la cabeza de los jugadores de fútbol para que mida en tiempo real los impactos que reciben en la testa antes de que sufran una conmoción cerebral. Los datos se transmiten a un ordenador o, incluso, a un smartphone o tablet, midiendo variables como la fuerza y la rotación.

Otro ejemplo es el de la empresa MindRider, que incorpora en los casos de ciclistas sensores con los que confeccionan mapas mentales de las personas para averiguar cuáles son las rutas más relajadas en Manhattan (¿o deberíamos decir las menos estresantes?)


¿Más inteligentes? No

Y detrás de esta industria, aparecen nomenclaturas como brain training o entrenamiento cerebral, que hace unos años llegó con fuerza al mercado español de la mano de gigantes de los videojuegos como Nintendo. El concepto que subyace es que, del mismo modo que entrenamos nuestros músculos y los desarrollamos, podemos hacer lo mismo con el cerebro.

Alrededor de esta corriente, sobre la que los científicos no terminan de ponerse de acuerdo –en 2010 la revista Nature publicaba un artículo que negaba que el brain training mejorara las capacidades cognitivas-, van surgiendo conceptos como la neurogénesis, que postula que el cerebro puede crear neuronas nuevas constantemente.

Teorías que cómo no, son bien utilizadas por las empresas de ‘aplicaciones cerebrales’. Lo que parece cierto es que algunos ejercicios sí contribuyen a preservar nuestra materia gris, siempre expuesta a los efectos del envejecimiento, pero eso no quiere decir que cualquier entrenamiento –ni cualquier aplicación de miniconsola- sirva para ello. Y mucho menos, que nos haga más inteligentes.

Y mientras vemos cómo llegan al mercado aplicaciones en forma de wearables, no debe pasarse por alto que Europa, que se encuentra en segundo lugar (por detrás de EEUU) en esta tecnología, pronto podría verse superada por Israel. En 2010, el entonces primer ministro se comprometió a crear un centro de tecnología cerebral. Y la cosa cuajó: además de las numerosas start-ups con que cuenta, ya es una realidad el Israel Brain Technologies (IBT) que nació con y para una única misión: ser uno (sino el único) epicentro mundial de la investigación cerebral.
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