El nuevo polígrafo: resonancias cerebrales


La detección de la mentira siempre ha sido uno de los objetivos de las fuerzas del orden, no sólo en determinados procesos judiciales, sino que otras instancias superiores como el mundo del espionaje y la Seguridad Nacional. El método más empleado tradicionalmente ha sido el polígrafo, pero en el mismo instante en que los espías son entrenados para superarlo, su tasa de fiabilidad cae en picado. Así surgen otros mecanismos como la resonancia magnética funcional (IRMf).

Con la llegada de la IRMf fueron muchos los que pensaron que habría una antes y un después en lo que a detectores de mentira se refiere. Tras los atentados del 11S en 2001 –que fue cuando comenzó a experimentarse con ella- hubo, incluso, quien dijo que esta tecnología permitiría leer el pensamiento, aunque investigaciones posteriores han demostrado que su fiabilidad no es superior a otras técnicas tradicionales.

En esencia, se somete al interrogado a una resonancia magnética, en uno de esos tubos metálicos poco recomendados para las personas con claustrofobia. Allí ha de permanecer inmóvil entre 20 y 90 minutos, mientras el potente imán de la máquina (hasta 40.000 veces más que el campo magnético de la Tierra) mide los cambios en la distribución de sangre oxigenada durante y después de que el interrogado realice determinadas tareas.

Gracias a la IRMf es posible medir los cambios hemodinámicos cerebrales que acompañan a la actividad neuronal. Además de ese potente campo magnético, la IRMf emplea pulsos de radiofrecuencia y una computadora para crear imágenes detalladas de los órganos, tejidos blandos, huesos, y prácticamente el resto de las estructuras internas del cuerpo.

Básicamente, cuando una parte del cerebro se activa, ésta registra una vasodilatación. ¿Por qué? Sencillo, las neuronas que entran en funcionamiento demandan oxígeno. La resonancia es capaz de detectar este fenómeno porque se producen cambios en el magnetismo local: las células degradan el oxígeno local y se incrementa la concentración de desoxihemoglobina paramagnética en la zona, que se imanta y provoca ese cambio en el magnetismo que, en la IRMf aparecerá en pantalla como una zona de color sobre la escala de crisis de una resonancia convencional.

Más allá de la detección de engaño, la IRMf se utiliza para diagnosticar lesiones en el cerebro o evaluar potenciales peligros antes de una intervención de neurocirugía y para realizar completos mapeos cerebrales, esto es, realizar mapeos de la superficie del cerebro mediante pequeños electrodos que estimulan un nervio cuya respuesta eléctrica se puede medir. Al determinar el rol que cunplen los nervios específicos en un paciente, esta técnica ayuda a los cirujanos que están operando el cerebro a no dañar áreas sensibles.

La detección del engaño

Mentir requiere de un mayor esfuerzo cognitivo que decir la verdad... para que luego digan que mentir es lo fácil (ironía). Eso quiere decir que cuando alguien miente, determinadas partes del cerebro se activan demandando más oxígeno y, por tanto, apareciendo coloreadas en la IRMf. A fin de cuentas, el mentiroso ha de mantener dos versiones de los hechos en la memoria, la verdadera y la inventada, luchando además por inhibir las respuestas que conduzcan a la versión genuina.

Con esa base, algunos investigadores han tratado desde 2001 determinar que áreas del cerebro son las que participan en, por ejemplo, fingir una amnesia espontánea para para no admitir la verdad... y la han encontrado, descubriendo un circuito prefrontal-parietal-subcortical. Hay, incluso, empresas que se han especializado en este campo, como sucede con la norteamericana No Lie MRI.

Sin embargo, aunque durante un tiempo hubo cierta unanimidad a la hora de localizar esa mayor demanda cognitiva en los centros superiores del cerebro, posteriormente otros estudios han demostrado que depende del tipo de mentira, si ésta es espontánea o ensayada, por ejemplo.

El amplio abanico de mentiras y sus distintas motivaciones y consecuencias hacen que la localización de los cambios hemodinámicos cerebrales varíe. Esto nos lleva a que en los casos en los que se ha obtenido una precisión del 90% en la detección de mentiras haya sido en situaciones controladas, por lo que el riesgo de falsos positivos no se ha conseguido desterrar llegando a aparecer como mentira una simple confusión entre atención y memoria.

Por si esto no fuera poco, cuando a quien se interroga ha sido entrenado para burlar a los detectores y, especialmente, para poner en marcha contramedidas al ser sometido a la IRMf, la tasa de detección del engaño de ésta se reduce al 33%.
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