Un día para los muertos y ninguno para los vivos

Se acercan el Día de Todos los Santos y el Día de Difuntos (1 y el 2 de noviembre), fechas en las que los cementerios españoles se llenan de personas que va a cambiar las flores a las tumbas y los nichos de sus muertos. Es posible que muchos de ellos, no es que no hayan pisado el cementerio el resto del año, sino que tampoco han puesto un pie en el recuerdo de ese ser querido que un día se fue. Admitámoslo, tiene algo de hipócrita, algo de terapia para expiar la culpa del olvido esto del Día de Todos los Santos.

El que suscribe nunca será ejemplo de nada, demasiados errores o de tal magnitud que nublan los pocos aciertos alcanzados, pero considerando la lista de muertos que arrastro a mi espalda, al menos en esta materia, puedo hablar con propiedad. Familia y amigos que se fueron hace años, a los que despedí un día en el cementerio y tan sólo en un caso concreto, mi madre, repetí visita... y sólo al principio, porque una vez allí, delante de la lápida y con cinco rosas rojas representando a su familia más cercana, no sabía qué decir, ni siquiera qué pensar, porque pareciera que por el mero hecho de estar allí plantado tuviera que dirigir mi mente hacia un punto, hacia un momento concreto.

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