Las nubes que no traen agua


Hace unos meses informábamos de cómo países China había encendido las luces de alarma por el consumo eléctrico que supone la minería bitcoin. Con el uso masivo de lo que se ha venido llamando la nube, conocido también como el cloud (por su término inglés), no es el único que riesgo para el medio ambiente que entrañan las nuevas tecnologías. Los grandes centros de datos donde se albergan los servidores que crean esas nubes son grandes consumidores de agua para la refrigeración de los equipos informáticos, lo que ha hecho que en algunas regiones rechacen la construcción de estos centros. Son las nubes que no traen agua.

Hace poco más de un mes el gobierno municipal de Arizona (EEUU) aprobaba la construcción de un gigantesco centro de datos. El consumo de agua estimado de este centro para refrigerar sus máquinas es de unos 4,7 millones de litros al día. Así que no sorprende que la vicealcaldesa Jenn Duff mostrara abiertamente su preocupación, criticando lo que a sus ojos es un “uso irresponsable del agua”… más aún en una región de por sí árida en la que los últimos doce meses son los más secos en 126 años.

Huelga decir que Duff votó en contra de la construcción de esta infraestructura,  sumándose a las cada vez más numerosas voces críticas que, además de ver una amenaza para el medio ambiente, no puede aferrarse a la creación de empleos para justificarlo, pues en general son escasos.

El problema aparece cuando esta conciencia medioambiental choca con los nuevos hábitos de consumo entre las personas. Las contrataciones de plataformas de televisión para ver cine y series a la carta se han disparado en el último año y medio, igual que el número de jugadores online o las videoconferencias por todo el globo. Todas estas actividades requieren de grandes centros de datos de proveedores cloud, con los bautizados como los hiperescaladores Amazon, Microsoft o Google a la cabeza, que prestan estos servicios en la nube a terceros, como Netflix, YouTube, etc.

Según un estudio de Synergy Research Group, en 2020 estos hiperescaladores contaban con cerca de 600 centros de datos en todo el mundo, lo que supone el doble de los que había en 2015. De todos ellos, prácticamente el 40% se encuentra en EEUU y Amazon, Google, Microsoft e IBM representan más de la mitad, aunque otras compañías como Oracle, Facebook o Alibaba también se están mostrando muy activos.

El problema no radica únicamente en estos centros de datos de los hiperescaladores, también en los de menores dimensiones que, a pesar de ello, terminan consumiendo más recursos al albergar una infraestructura tecnológica muy heterogénea con niveles de eficiencia muy dispares. Además, las perspectivas nos dibujan un crecimiento sostenido, pues consultoras como Gartner prevén que el gasto mundial en este tipo de infraestructuras crezca este año un 6% respecto a 2020, alcanzando los 200.000 millones de dólares, con tasas de crecimiento entre 3-4% para los siguientes tres años.

La ubicación de este tipo de centros muchas veces se encuentra en regiones donde la energía es más barata por su generación eólica o solar pero que, al mismo tiempo, se enfrentan al problema de las sequías. ¿Por qué hace falta tanta agua? Sencillo: para la refrigeración de los servidores que albergan estos centros que, por lo general, se hacen enfriando el aire con agua, con el agravante de que cuando se hace por evaporación –para consumir menos electricidad, que es más cara que el agua- se dispara el consumo del líquido elemento.

Para centrar aún más la problemática y acercarnos el problema a nuestro día a día, hace ya algunos años que un estudio del Imperial College de Londres puso cifras al asunto: Cada vez que se descarga un gigabyte de datos se gastan unos 200 litros de agua. Y, apoyándonos en otro informe de DecisionData, el consumo medio de datos en internet sólo en los hogares se ha multiplicado por 38 en la última década (se ha pasado de 9 GB en 2010 a 344 GB en 2020), lo que hace que en muy poco tiempo se alcance un consumo de datos por hogar de más de un terabyte al mes.

En este contexto, urge que los grandes centros de datos se autoimpongan compromisos de sostenibilidad más exigentes. No sólo se trata de buscar el equilibrio entre su ahorro en la factura de la luz, al reducir el uso de aire acondicionado y apostar más por refrigeración por evaporación de agua, sino que además este agua no sea potable. Y es que en muchas ocasiones al agua que se utiliza es potable procedente de acuíferos, perjudicando gravemente a las comunidades locales.

Estas instalaciones deberían aumentar la reutilización del agua tratada, así como promover la instalación de sistemas que puedan aprovechar las aguas residuales municipales tratadas. Evidentemente, para poder desplegar estas estrategias se requiere invertir en esos sistemas de tratamiento o bien que un tercero construya y opere por él una planta adyacente de tratamiento de aguas residuales. Hay alternativas para reducir significativamente el consumo de agua de los centros de datos, pero mientras que las propietarias de estas infraestructuras no se pongan manos a la obra o los legisladores no impongan su aplicación antes de conceder nuevas licencias de construcción estaremos abocados a terminar con un bien tan preciado y escaso como el agua, lo que nos condena a un futuro muy oscuro.

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