Pinchar la burbuja de IoT

 


La industria tecnológica es una de las mayores expertas en hinchar burbujas para después pincharlas sin echar la vista atrás. Toma tecnologías muy prometedoras, que de hecho ya están revolucionando nuestras vidas y, en lugar de conformarse con ello, lo llevan al extremo generando unas expectativas que no se cumplen. En este espacio ya nos hemos referido a ello a cuento de la Inteligencia Artificial (IA), a la que le resta un largo recorrido de maduración. Hoy es el turno del Internet de las Cosas (IoT, por sus siglas en inglés).

Los casos de uso del IoT son muy diversos y, sí, muy prometedores: disponer de sensores que transmitan información en tiempo real puede ser muy útil a las Administraciones (notificación de cuándo un contenedor de basura está lleno para optimizar la recogida, cuándo se avería una farola…), las empresas (alertas de averías de maquinaria…) o los particulares (regulación remota de calefacción, alarmas…). Sin embargo, quizás se han amplificado en exceso sus posibilidades y muy especialmente, los plazos.

En 2016, Statista Research preveía que para el año 2025 existirían alrededor de 75.000 millones de dispositivos conectados al IoT, lo que venía a ser el triple de lo que pronosticaba para 2019. Este año –el pasado mes de agosto-, la misma Statista ha cambiado sus previsiones, estimando que no será hasta 2030 cuando se superen los 29.000 millones de dispositivos IoT. El fiasco no puede ser más estrepitoso: en lugar de los 25.000 millones de equipos conectados que esperaba para 2019, únicamente hubo 9.700 millones y no será hasta dentro de ochos años cuando se alcance algo más de la cifra que inicialmente se pronosticó para ese año.

Más allá de la credibilidad de este tipo de predicciones, que tienen más de estímulo de mercado que de realidad, merece la pena hacer una reflexión para seguir pinchando la burbuja antes de que nos explote en las narices como, por ejemplo, viene pasando con el 5G. Los dos grandes desafíos a los que se enfrenta esta burbuja IoT son la nube y la transmisión de los datos.

En el primero de los casos es preciso poner en cuestión si será posible almacenar la ingente cantidad de datos que generarán todos esos millones de dispositivos conectados a internet. A finales del mes pasado, ya abordábamos la problemática de hacer frente a una explosión de datos que, en la actualidad, ya se aborda con más de 5.000 servidores en todo el mundo de proveedores cloud (nube), con grave perjuicio para el medio ambiente.

Otra de las problemáticas de IoT es la latencia en la transmisión de los datos. Uno de los ejemplos más manidos es el de los vehículos conectados pero, ¿realmente la velocidad de conexión se produce en tiempo real y la conectividad es tan fiable como para hacer descansar en el coche determinadas decisiones instantáneas?

Cosa bien distinta son las aplicaciones en las que no se requiere de esta extrema inmediatez y en la que la analítica entra en juego. En este contexto, podemos hacer confluir dos burbujas, la del IoT y la de IA. Un hecho es innegable: el volumen de datos es tan elevado que no será posible procesarlo y convertirlo en información útil sin ayuda de IA. Ya existen aplicaciones al respecto, como es el análisis de rendimientos de maquinaria a través de tecnologías de aprendizaje automático para tratar de anticiparse a una avería que detenga una cadena de producción.

La gestión de inventario en comercios, las videocámaras que en ferias y congresos alertan de aglomeraciones en determinadas áreas o el seguimiento remoto de pacientes en telemedicina son ya algunas de las aplicaciones que están teniendo éxito. ¿Por qué seguir cargando las tintas en usos que aún son muy lejanos y que, a los que peinamos canas, nos llevan a aquellos sueños de niñez que dibujaban un año 2000 con coches voladores?

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