Preservar la Tierra desde el espacio
A finales de noviembre, el Project ICARUS (International Cooperation for Animal Research Using Space) volvió a aparecer en los medios gracias a la puesta en órbita de un nuevo satélite desde el que monitoriza los movimientos de animales de todo el mundo. Con los datos recogidos, los científicos son capaces de precisar mejor sus predicciones, ya sean sobre el cambio climático o la propagación de enfermedades. La red resultante de este Proyecto Ícaro (juego de palabras en referencia al personaje alado de la mitología griega), que es fruto de la colaboración internacional de científicos liderada por el Instituto Max Planck de Comportamiento Animal de Alemania, ya se conoce como ‘el internet de los animales’.
Han pasado cinco años desde que este novedoso proyecto se instaló en el Módulo Zvezda ruso de la Estación Espacial Internacional (EEI). Una transmisión de 223 bytes hizo historia: un sensor en el lomo de un mirlo euroasiático marcado en Bielorrusia, que había migrado a Albania, encendió su transmisor mientras la EEI pasaba a 410 kilómetros de altura. Sólo en su primer año, Ícaro fue capaz de capturar los movimientos de cientos de animales de 15 especies en todo el mundo. Ahora, tras el parón motivado por la guerra de Ucrania, vuelve a estar en órbita. En esta ocasión ha sido a bordo del Gena-OT, un satélite de investigación de la Universidad de Bundeswehr de Múnich, construido por la empresa alemana OroraTech y lanzado en la misión Transporter-15 de SpaceX a bordo del Falcon 9, con la financiación del Centro Aeroespacial Alemán.
A diferencia del primero prototipo de la EEI, el nuevo dispositivo instalado en Gena-OT cabe en la palma de la mano y consume una décima parte de energía, lee cuatro veces más sensores y permite descargas de datos más rápidas y actualizaciones de software remotas. Gracias a la miniaturización llevada a cabo en colaboración con la compañía alemana Talos, Ícaro puede viajar en la actualidad en los denominados CubeSat –como Gena-OT-, esto es, nanosatélites de menos de 1,5 kg, para transmitir después los datos a Movebank, la base de datos global para seguimiento de animales.
Según explican sus responsables, durante los tres primeros meses permanecerá en pruebas a una altitud de unos 500 kilómetros, sometido a análisis exhaustivos de su rendimiento. El objetivo es alcanzar la meta de 100.000 animales etiquetados –actualmente hay unos 6.000, fundamentalmente en Europa- para continuar monitorizando la ubicación, el comportamiento, la salud y las condiciones ambientales de multitud de especies, desde aves migratorias y murciélagos hasta tortugas marinas y grandes mamíferos. Lo novedoso de este lanzamiento es que será la primera vez que el Proyecto Ícaro tenga una cobertura global completa, lo que va a contribuir decisivamente a comprender la biodiversidad, la salud de los ecosistemas e, incluso, el impacto del cambio climático.
La información que se recoge vía GPS es crucial para analizar cambios en los comportamientos migratorios. De este modo, entre los hallazgos realizados se encuentra que los cucos comunes realizan largas travesías fluviales por el océano Índico desde la India hasta África, por ejemplo. El análisis de estos flujos migratorios contribuye a la identificación de hábitats en peligro, así como áreas esenciales para la supervivencia animal, pero hay mucho más: cuando Martin Wikelski, director de Instituto Max Planck, estudiaba con su equipo los movimientos de las cabras que pastan en el Monte Etna (Sicilia) descubrieron que antes de que el volcán entrara en erupción, éstas descendían de altitud, anticipándose a los equipos de los vulcanólogos. Los animales tienen capacidades de percepción que se escapan a los humanos. Asimismo, ¿por qué no anticipar un brote de gripe aviar monitorizando la temperatura de la piel de los patos en una región determinada?
Esta nueva andadura de la iniciativa conforma ICARUS 2.0 y se integra en la Red de Observación de la Biodiversidad del Movimiento Animal (Move BON), que persigue cerrar la brecha entre la ciencia y las políticas a través de una comunidad que facilite la integración de los datos de seguimiento en las políticas ambientales a escala nacional y global. Para 2026 se espera realizar un segundo lanzamiento, financiado por la National Geographic Society, de manera que hacia mediados de 2027 se cuente con una constelación operativa de seis receptores Ícaro, aumentando significativamente la precisión en la monitorización del bienestar animal.
Las innovaciones no se centran exclusivamente en los dispositivos satelitales, sino también en los sensores que portan los animales, en los que la compañía Talos está siendo decisiva. Según sus responsables, estas etiquetas se han convertido en unos de los sensores más ligeros, pequeños y energéticamente eficientes del mercado, capaces de registrar, no solo datos de ubicación, sino también de temperatura, humedad, presión atmosférica y aceleración y, además, de preprocesarlos in situ. Si increíble resulta que estos sensores ofrezcan esas prestaciones con tan sólo entre tres y cuatro gramos de peso, más aún lo es que ya se esté trabajando en un modelo de un gramo, lo que equivaldría al peso de un clip.
El ambicioso objetivo de etiquetar con sensores a 100.000 animales de 500 especies puede parecer descabellado, pero los investigadores recuerdan que gracias a la vasta red internacional de voluntarios, anualmente desde 1960 se capturan y anillan alrededor de 3,5 millones de aves. Además, gracias a la miniaturización de los sensores en un futuro a corto plazo se podrá abordar el etiquetado de alrededor del 40% de las aves y más del 50% de los mamíferos (un total de aproximadamente 7.000 especies potenciales) y cientos de especies de cocodrilos, tortugas y lagartos grandes. Estas magnitudes abren una fase completamente nueva en la observación de la Tierra basada en animales.
En un futuro, Wikelski sueña con que cualquier persona a través de una aplicación móvil en su teléfono pueda acceder a esta suerte de internet animal. En espera de que llegue ese día, lo realmente importante es que este proyecto puede convertirse en una herramienta muy valiosa para preservar nuestros ecosistemas. No es un tema menor, tal y como se desprende de la última edición del Living Planet Report de WWF que descubrió una catastrófica disminución del 73% en el tamaño medio de las poblaciones de fauna silvestre vertebrada en tan solo 50 años (1970-2020).

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