Política: ¿no hay nada mejor?



Hay días que me siento como el tipo de vídeo. Días en los que me da la sensación de que nunca avanzaremos, por mucho que caminemos. Cuando veo que hazañas como las de Tony Blair, capaz de cobrar 425.000 euros por dos discursos de media hora (6.780 euros por minuto), no es cosa de guiris. Cuando veo que Aznar pide 90.000 euros por cada una de sus intervenciones o Rodrigo Rato, que hace lo propio por 65.000 euros, siento ese naúsea mitad por el vértigo de la cifra, mitad por el asco mismo del acto.

Hay días, como hoy, en los que esa botella que arroja el tipo del vídeo está tan vacía como mi esperanza de tener algún día un político digno de mi ciudadanía. Días en los que no alcanzo a entender por qué un ex presidente del gobierno de España tiene derecho a cobrar un sueldo vitalicio de 60.000 euros brutos al año y a disfrutar, también de por vida, de una secretaria, un asistente y un servicio personal de seguridad.

Días en los que no comprendo por qué Jordi Pujol tiene derecho a cobrar el 80% de su sueldo durante la mitad del tiempo que estuvo en el cargo, lo que le reporta, durante 12 años, la cifra de 124.597 euros al año. Ibarretxe, por su parte, tendrá una pensión vitalizacia de 45.000 euros al año -eso sí, sin importarle qué parte de ese sueldo se sufraga con dinero del "gobierno de Madrid".

Hay días, como hoy, en los que veo cómo Manuel Chaves, el flamante nuevo vicepresidente tercero, tiene el cuajo de cobrar su sueldo como miembro del Ejecutivo y, además, chupar el 60% de su sueldo como expresidente de la Junta de Andalucía (60.000 euros al año).

En todos esos días, me dan unas ganas tremendas de sumarme a ese cerca de 70% de los ciudadanos que pasarán olímpicamente de votar en las próximas elecciones europeas. ¿Por qué? Sencillamente, porque votar sería apoyar la deshonestidad, la decadencia moral y tratar de autoconvencerse de que "al menos, votemos al menos malo".

Ni usted ni yo merecemos al menos malo. ¿O no?

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