Simulacros de humanidad

Amanecí ayer en Londres con la trágica noticia de la muerte de José Luis López Vázquez. Hoy aterrizo en Madrid y me topo con la de Francisco Ayala. Dos grandes pérdidas que, sobre todo en el caso del primero, han abierto la caja de Pandora de las hipocresías. Recuerdo no hace muchos años, en la Carrera de San Jerónimo, a López Vázquez aproximándose hacia mi. Caminaba despacio, casi arrastrando los pies, vencido bajo un peso invisible. Desaliñado, despeinado y sin afeitar... lo que se conoce como 'un pobre hombre'. Y me dio pena. Mucha pena.
Un año antes, ya muy entrada la madrugada, me había encontrado con José Luis Coll, el cómico, en un piano bar de la calle Almirante -¿o era Prim?-, bebiéndose su copa, apurándola como quien en cada sorbo apura algo más que el whisky que contiene.

A su fallecimiento, en los dos casos, aparecieron aduladores por doquier, amiguetes que les admiraban y que, según decían, aprendieron mucho de ellos. Hipócritas. No aparecieron cuando López Vázquez o Coll comenzarón a vivir de prestado... Y, lo peor, seguirán sin aparecer, más que cuando los flashes les reclamen para plasmar ese simulacro lamentable de humanidad.
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