La oportunista consecuente

Hoy no escribiré de paro, ni de recesión, ni de colapso financiero. Sí lo haré de crisis, pero no de la económica, sino de la moral, de la humana. No he podido más que sentir vergüenza ajena cuando he leído la historia de Jade Goody, la británica que se hizo famosas por 'dedicar' su corta vida al prime time televisivo.
Sus apariciones en el Gran Hermano inglés fueron sonadas por sus episodios racistas, que llegaron a desecadenar un conflicto diplomático; o por ser la primera en tener sexo ante las cámaras. Intentó correr en 2006 la maratón londinense cayendo desmayada en el kilómetro 34, lanzó sus propios salones de belleza, publicó su autobiografía y hasta escribió un libro de recetas de cocina. Todo ello, aderezado por la muerte de su padre drogadicto en plena vorágine mediática.

Pero aquello no era más que la punta del iceberg. En agosto del año pasado se le diagnosticó un cáncer y, ¿qué ha hecho ella? Ser odiosamente consecuente. Si vivió ante las cámaras, ¿por qué no morir también? Es lo que hará -en realidad hace ya meses que comenzó el programa El progreso de Jade-, no sin antes televisar su propia boda el próximo domingo, embarcando a su futuro marido en la viudedad a corto plazo, puesto que no se le prevén más allá de unas pocas semanas.

Esta misma semana el programa ha hecho pública la metástasis y ahora únicamente se denomina Jade, ya no hay progreso... Living TV será quien televise la ceremonia de la muerte en directo, habiendo tenido previamente exclusivas varias en papel couché.

A decir verdad, a la que menos puedo destestar es a la propia Goody, porque ha sido una mera oportunista consecuente. Ha sabido aprovechar la necedad de la sociedad, el morbo por el morbo, la superficialidad, la ignorancia, la total deshumanización de la humanidad. ¿Cómo es posible que las audiencias se disparen ante semejante espectáculo?

No alcanzo a entender los motivos, la satisfacción o el atractivo de estos programas, como tampoco que esta misma destable sociedad se lleve las manos a la cabeza cuando presencian atrocidades llevadas a cabo por los más jóvenes. No sé en qué punto perdimos la razón y, lo que es peor, si algún día la recuperaremos o seguiremos en caída libre por esta locura.

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