La Alemania acomplejada, de genocidio en genocidio

 Jan Van De Vel / Europa Press

Sudáfrica dio un ejemplo la semana pasado llevando a Israel a la Corte Internacional de Justicia (CIJ)  por el genocidio que está cometiendo en la Franja de Gaza. El discurso del abogado sudafricano, Adila Hassim, fue inapelable,  tanto como las imágenes que vemos a diario de la matanza de civiles que comete el gobierno de Benjamin Netanyahu. La respuesta de Tel Aviv era de esperar, victimizarse; la de Alemania también, rechazar la acusación de genocidio. Berlín no se sacude el complejo de ser responsable del holocausto, segando la vida de seis millones de judíos y, paradójicamente, se hace cómplice de otro, el palestino.

"La represalia contra Hamás no puede justificar un genocidio". Esta fue una de las afirmaciones expuestas por Hassim en el CIJ, reconociendo el horror del atentando del grupo terrorista contra población civil en Israel el pasado mes de octubre. El posterior asesinato de más de 23.000 civiles, unos 10.000 de ellos niños y niñas, bombardeando hospitales, campos de refugiados o escuelas es absolutamente injustificable.

Sudáfrica es una excepción internacional, llevando a sus hechos lo que predica con su palabra. No es el caso del resto de países, incluida España, cuyas críticas a la masacre que comete Israel se diluyen al no mover un solo dedo para presionar con acciones concretas a Tel Aviv. En esa connivencia, esta Alemania acomplejada da un paso más, cercando a quienes siquiera se posicionan del lado palestino, que no de Hamás.

Este posicionamiento alemán ya se reveló apenas unos días después del atentado de Hamás, cuando la 75ª Feria del Libro de Fráncfort canceló la entrega del Premio LiBeraturpreis que tenía previsto entregar a la escritora palestina Adania Shibli. Esta semana, el mundo de la cultura vuelve a sacudirse en Alemania con la denuncia de la novelista Lana Bastašić, ganadora del premio de premio de literatura 2020 de la Unión Europea. La escritora anunció en su perfil de Instagram la ruptura con la editorial S Fischer –de origen judío- por su incapacidad para “haber expresado su opinión sobre el genocidio que está ocurriendo en Gaza”, denunciando la “censura” que tiene lugar en Alemania contra las voces propalestinas.

En el centro de esta polémica se encuentra el triunfo de la narrativa confeccionada por Netanyahu que equipara la defensa de Palestina con el antisemitismo. Nada más lejos de la realidad, pero el gobierno genocida de Israel ha conseguido camuflar su sionismo bajo esa apariencia de víctima cuando ahora es agresor. El poder del cabildeo judío unido al complejo y la mala conciencia que arrastra Alemania por el holocausto es una mezcla explosiva que termina materializándose en aspectos como la adopción de la forzada definición de antisemitismo de la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto (IHRA).

“El antisemitismo es una cierta percepción de los judíos que puede expresarse como el odio a los judíos. Las manifestaciones físicas y retóricas del antisemitismo se dirigen a las personas judías o no judías y/o a sus bienes, a las instituciones de las comunidades judías y a sus lugares de culto”, según la IHRA, que incluye en estas manifestaciones a los ataques al Estado de Israel, como colectividad judía que es. Ya el pasado mes de abril, más de 100 organizaciones de la sociedad civil israelí e internacional solicitaron a la ONU que rechazara esta controvertida definición, porque estaba siendo utilizada para considerar críticas legítimas a Israel como ataques antisemitas. El propio Felipe VI, que defiende la creación de un Estado palestino, tendría quizás algún que otro problemilla, sino disfrutara de su herencia real, claro está.


Alemania vuelve a estar alineada con la IHRA e incorpora una cláusula antidiscriminación cuya firma es imprescindible para quienes pretendan obtener algún tipo de subvención cultural en Berlín. Dicha cláusula busca garantizar que “ninguna expresión racista, antisemita, queerfóbica o discriminatoria de otro modo sea apoyada con fondos públicos”. Se abre la puerta a la censura, a silenciar a las voces críticas con el apartheid que Tel Aviv lleva décadas cometiendo con el pueblo palestino y la actual masacre que vemos en directo.

La decisión de Bastašić respalda el movimiento que esta misma semana y bajo el nombre de Strike Germany han firmado más de 500 artistas, cineastas, escritores y trabajadores culturales de todo el mundo promoviendo el boicot cultural a asociaciones financiadas por el estado alemán, dejando de trabajar con ellas. Entre las personas firmantes hay gente del peso de la ganadora del Premio Nobel de Literatura Annie Ernaux, el poeta y activista palestino Mohammed El-Kurd, la actriz estadounidense Indya Moore, la ganadora del Premio Turner británico Tai Shani o el cantante de rock alternativo libanés Hamed Sinno.

Si nuestros gobiernos no se movilizan, somos nosotras y nosotros desde la sociedad civil quienes debemos hacerlo. El mundo de la cultura, por su capacidad de capilaridad social, es clave en este movimiento cuya defensa no protege intereses geoestratégicos, sino humanitarios. La cultura se expone y nosotras y nosotros, como colectividad, hemos de respaldar y servir de escudo a las represalias que sin duda sufrirá por ello. No nos defraudemos o, quizás, en un futuro sintamos el mismo complejo que hoy siente esa Alemania acomplejada.

(Artículo en Público)

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